"La palabra, una vez escrita, vuela y no torna" - Quinto Horacio Flaco

domingo, 30 de noviembre de 2008

Telón



El último caso de Hércules Poirot. El detective regresa a la casa de huéspedes donde se enfrentó a su primer misterio, hace quién sabe cuántas décadas atrás. Sólo que, esta vez, se encuentra ante el criminal perfecto.
Telón fue publicado en 1975, meses antes de la muerte de Aghata Christie y 55 años después de la primera aventura de Hércules Poirot. Con la aparición de esta novela en las librerías, la escritora le dio fin tanto a su propia carrera como a la de uno de los más célebres detectives de la literatura.
Sólo le sucedió Un asesinato dormido, en 1976, que relata el último caso de la señorita Marple. Pero ése no lo he leído.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Macondo


¿Qué no ha pasado allí? Primero fue la guerra, luego la invasión de los extranjeros. Mataron a Santiago el día después de la boda y el coronel, mierda, jamás recibió su pensión. Qué no ha pasado en Macondo. Ha sido visitado por gitanos y por fantasmas y por quién sabe qué otros extraños peregrinos. Todo ha pasado allí. Sucesos reales y sucesos mágicos, porque en Macondo, allá a las orillas de un río, la realidad y la magia se conjugan.
Allá, en Macondo, hubo un boom. 

lunes, 24 de noviembre de 2008

Glosa de mi tierra - Alfonso Reyes

Admiro a Alfonso Reyes por tres razones: 1) Conoció a Borges antes de que fuera Borges. 2) Es el mexicano que mejor usa la semántica. 3) Sus ensayos sobre la literatura clásica me ayudaron en mis tareas de Historia de las Culturas. Éste es, en mi opinión, su mejor poema:


Amapolita morada
del valle donde nací:
si no estás enamorada,
enamórate de mí.

I
Aduerma el rojo clavel
o el blanco jazmín de las sienes;
que el cardo es sólo desdenes,
y sólo furia el laurel.
Dé el monacillo su miel,
y la naranja rugada
y la sedienta granada
zumo y sangre —oro y rubí;
que yo te prefiero a ti,
amapolita morada.

II
Al pie de la higuera hojosa
tiende el manto la alfombrilla;
crecen la anacua sencilla
y la cortesana rosa;
donde no la mariposa,
tornasola el colibrí.
Pero te prefiero a ti,
de quien la mano se aleja:
vaso en que duerme la queja
del valle donde nací.

III
Cuando, al renacer el día
y al despertar de la siesta,
hacen las urracas fiesta
y salvas de gritería,
¿por qué, amapola, tan fría,
o tan pura, o tan callada?
¿Por qué, sin decirme nada,
me infundes un ansia incierta
—copa exhausta, mano abierta—
si no estás enamorada?

IV
¿Nacerán estrellas de oro
de tu cáliz tremulento
—norma para el pensamiento
o bujeta para el lloro?
No vale un canto sonoro
el silencio que te oí.
Apurando estoy en ti
cuánto la música yerra.
Amapola de mi tierra:
enamórate de mí.

jueves, 20 de noviembre de 2008

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Cuarto dios pagano: Tessa Korber


Autora de El Médico del Emperador y de Berenice. Ambas son biografías noveladas; la primera sobre Galeno, la segunda sobre Berenice, esposa de un faraón egipcio e iniciadora de esa estirpe que vio nacer a la célebre Cleopatra. Tessa Korber, antes que escritora, es historiadora. Ya se podrán imaginar la precisión y calidad de su pluma.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Puntos suspensivos


Lo peor del amor cuando termina

son las habitaciones ventiladas,

el puré de reproches con sardinas,

las golondrinas muertas en la almohada.

Lo malo del después son los despojos

que embalsaman al humo de los sueños,

los teléfonos que hablan con los ojos,

el sístole sin diástole ni dueño.

Lo más ingrato es encalar la casa,

remendar las virtudes veniales,

condenar a la hoquera los archivos.

Lo peor del amor es cuando pasa,

cuando al punto final de los finales

no le siguen dos puntos suspensivos…




martes, 11 de noviembre de 2008

De locos, de escritores y de escritores locos

Ha no pocos meses que este artículo mío apareció en una revistilla para no lectores (de cuyo nombre no quiero acordarme).


Dicen que “la locura es un cierto placer que sólo el loco conoce” (John Dryden). Dicen. Y tal vez sea verdad… Si no, ¿cómo explicar la demencia de los grandes personajes? Desde Nerón hasta Dalí, en la antigua China o en nuestra ciudad, hallamos los inconfundibles síntomas del desequilibrio. Aunque es verdad que esta locura muchas veces ha influenciado el curso de la historia y de las ideas humanas. Nos ha dado ciencia y nos ha dado arte. Y seguramente seguirá sorprendiéndonos según su extraña manera. Ejemplos de lo anterior pueblan las páginas de los libros y llenan las tertulias de sobremesa; pero también han incursionado en el oscuro ámbito de la literatura.
Jules Barbey d’Aurevilly, escritor del siglo XIX, solía conmocionar a París cuando sacaba de paseo a su mascota: una langosta atada a una correa. Guy de Maupassant, por mencionar a otro francés del mismo siglo, también disfrutó de la exquisitez de la locura: fue poco a poco teniendo visiones y alucinando ruidos; se caracterizaba por su carácter vagabundo y por carecer de formalidad; era olvidadizo y se creía perseguido por espectros. Más de una vez aseguró haber visto a su doble en la sala de su casa. Todo esto, naturalmente, quedó volcado en sus textos.
El célebre Émile Zola no queda exento de esta lista. Era un maniático de los números, y adonde quiera que iba contaba las coches, las tomas de agua o prestaba atención a la numeración de la calle. Primero asociaba los múltiplos de 3 a la maldad; después aborreció los del 7. Pero repudiaba el número 17, sobre todo.
En Inglaterra, ya en el siglo XX, Ernest Vincent Wright murió el día de la publicación de su novela, Gadsy. No es, sin embargo, una novela cualquiera: en sus cerca de 50 mil palabras no consta la letra “e” (que es, dicho sea de paso, la más común en el idioma inglés).
Revisando más casos, encontramos a Jonathan Swift. Este irlandés, autor de Los viajes de Gulliver, destacaba por vestir de negro en sus cumpleaños y por odiar, en general, al hombre. Apoyaba la crianza de niños pues su carne podría aprovecharse en momentos de hambruna.
Honoré de Bálzac, por su parte, trabajaba siguiendo un horario sin orden: se levantaba alrededor de la medianoche, escribía unas ocho horas, comía en quince minutos, seguía realizando sus obras y se dormía a las cinco de la tarde. Sólo hablaba de sí en las reuniones y es recordado como un individuo egoísta. Charles Baudelaire, quien no es menos famoso que Bálzac, vivió entre el alcoholismo, la enfermedad y las deudas; discutía con su editor trivialidades, como la posición de una coma, durante semanas enteras.
Las extravagancias de los literatos, no obstante, nos remontan a épocas más antiguas. En la Grecia del siglo VII a.C., Arquíloco (poeta cruel) envió a la joven que lo había rechazado en matrimonio un poema salvajísimo. La joven, su padre y sus dos hermanas se suicidaron después de leerlo.
Claro que ciertas locuras no arrastran fatalidad, sino que resultan muy convenientes. Cuando la Ley Romana dictó que las tierras de los ricos debían confiscarse, salvo aquellas usadas como cementerios o mausoleos, Virgilio (en el año 43 a.C.) organizó un funeral en su mansión en honor a un mosca muerta, “mascota suya”. Así su hogar se volvió legalmente una tumba y consiguió librarse del nuevo decreto…
Y muchos otros pensamientos locos han hecho literatura. Y quién sabe qué cosas más. Quizá sí. Quizá la locura es un placer.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Valfierno

Uno de esos libros que te animan a escribir tu propia historia.


domingo, 9 de noviembre de 2008

Carlos Ruiz Zafón

Víctor, Víctor: aléjate del señor Zafón o te dejará un sabor amargo, muy amargo, en la boca.
Leí La Sombra del Viento hace no sé cuánto. Y me encantó. ¡Qué novela! Se teje el misterio y la aventura con una prosa delicada. Las descripciones de Barcelona (tú las debes tener mucho más frescas que yo) son simplemente evocativas. Y ni qué decir de los personajes. El vagabundo que acompaña al protagonista (¿se llama Fermín?) es de los personajes más vivos que he leído jamás. La idea del Cementerio de los Libros Olvidados entusiasma a cualquier fanático de la lectura.
Tanto me gustó La Sombra del Viento que adquirí las obras anteriores de Carlos Ruiz Zafón.
Leí El Príncipe de la Niebla, Las Luces de Septiembre, El Palacio de la Medianoche y Marina... No supe qué opinar... Son libros tan... diferentes. Tan malos... Los tres primeros bien podrían ubicarse en el estante de literatura juvenil. Pues ya sabes, Víctor, lo que opinan los escritores encanecidos de los jóvenes: que somos unos imberbes a los que hay que atosigar con historias de hechiceros o corretizas.
La obras de Zafón son más o menos así. Plagadas de detalles infantiles, trama absurda. Ilustraciones... Y ni siquiera consiguen ser buenos libros para niños, pues de pronto incluyen episodios macabros, muertes, incendios (¿qué tendrá Zafón con el fuego, que recurre a él en prácticamente todas sus novelas?).
En fin. Odié a Zafón. En Marina alcanza una madurez que, en algunos capítulos, ya huele a La Sombra del Viento. (Por cierto, Víctor, me asombró descubrir que La Sombra del Viento retoma situaciones de todas sus novelas).
En fin. No me gustó Zafón. Pero comprendí que todo escritor necesita desarrollarse, y con La Sombra del Viento este autor quedaba más que consagrado para mí.
Que sus obras anteriores fueran malas no me importó...
Pero que su siguiente obra fuese incluso peor que las anteriores, no lo perdono.
Hace unos meses se publicó El Juego del Ángel, continuación no tan directa de La Sombra del Viento. Ya te imaginarás, Víctor, cuál fue mi reacción: corrí como poseso a la librería. Y de la librería me recluí en la cama, dispuesto a leerlo. Me disgustó, en primer lugar, que su siguiente novela fuese una continuación. Los escritores deben aprender que las obras maestras pierden su valor cuando se les extrapola, y más cuando es de un modo tan evidentemente forzado como en el caso de este español.
Sin embargo, para la lectura de esta novela eché a un lado los prejuicios...
Qué desilusión. Son cerca de 600 páginas de corretizas y de muertes. La trama es parecida, parecidísima, a la de La Sombra del Viento. Otra vez el personaje misterioso, que aparece y desaparece. Otra vez los recorridos por esa vieja Barcelona. Otra vez los Sempere (jugando un papel mucho menor)... Sólo que, esta vez, el estilo ni es sobrio ni es serio.
Zafón, quién sabe por qué, regresó a la pluma infantil que tanto odio.
A lo mejor La Sombra del Viento compone un destello en su carrera. Un destello que debió haber dejado en paz.
Pero eso no es lo peor: ya lanzó la amenaza de que habrá otros dos libros. ¡Caray, no sólo La Sombra del Viento se remueve, aplastada, bajo el peso de su precuela! ¡Ahora tendrá que soportar tres tomos! ¡Caray, tres tomos!

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Irving Stone


Escribe biografías. Pero las suyas son biografías noveladas. Es decir, da a su personaje una profundidad que las monografías (tan llenas de precisiones históricas, tan áridas, tan poco retóricas) nunca consiguen. Por ejemplo, en Lujuria de vivir Irving Stone nos presenta a un Van Gogh humano, que sufrió en las minas, que descubrió su falta de talento, que durmió en Arles y que acabó retratando a su psiquiátra de mirada taciturna, sólo porque era incapaz de dejar que sus impresiones se fueran sin ser pintadas. El autor, de pronto, vuelve palabras los paisajes que inspiraron a Van Gogh. Vuelve a Van Gogh palabras.
Irving Stone también ha narrado la vida de Freud y de Miguel Ángel. Ésta última destaca. Al menos para mí. Michelangelo: la agonía y el éxtasis, se titula. Y a través de sus páginas atestiguamos el origen de aquel primer Cupido apócrifo, que lo lanzó a la fama en Roma. El David surge ante nuestra mirada. El Moisés y aquellos eclavos que jamás formaron parte de una tumba son esculpidos de nueva cuenta. La Capilla Sixtina es pintada de nueva cuenta. Y de nueva cuenta Miguel Ángel queda ciego. Y de nueva cuenta, como el acto triunfal de su vida, diseña la cúpula de San Pedro.
¡Qué novela!
El último párrafo del libro es, en mi opinión, de los mejores finales que se han escrito jamás.
Pienso en él y de inmediato me viene a la mente un Miguel Ángel anciano. Que avanza por la nave principal. Que lo recuerda todo. Que se eleva. Que se funde. Que se confunde con la cúpula. Y finalmente con Dios.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Orhan Pamuk


Ganó el Premio Nobel de Literatura en el 2006. Su libro Me llamo Rojo es de mis favoritos. En él se van tejiendo de manera ingeniosa dos historias: la de un asesinato entre un grupo de ilustradores y la de una amor. Orhan Pamuk juega con las perspectivas: de pronto es un perro quien describe la escena, de pronto un maravedí o un color: el rojo. Que es el color de la sangre. De la pasión. De los valientes.

sábado, 1 de noviembre de 2008

La rata Firmin sabe

Que leer es un fastidio.