Palabras Mensajeras

"La palabra, una vez escrita, vuela y no torna" - Quinto Horacio Flaco

sábado, 20 de octubre de 2012

Yo o sea nosotros


Hoy he descubierto que en Andalucía también puedo ser inmensamente triste. Por la mañana ríen los niños con una risa alegre de vidrios rotos. Unos pájaros conversan en su dulce lenguaje de trinos. Tañe una campana, luego otra y otra más. Yo no recuerdo nada. Todo se sucede tan naturalmente fuera y dentro de mí que apenas puedo creer que haya existido una vida anterior a ésta. Tengo la extraña impresión de que estoy en casa, incluso me molesta pensar en el otro cuarto y en las otras personas. Luego irrumpe el atardecer. No sabría cómo describir un espectáculo cuya belleza se desborda de las palabras. Es verdad que todos los atardeceres son bellos. En todos fulge intensamente el rayo postrero del sol para después apagarse y ceder el paso al humo púrpura de la noche. Pero sólo en Córdoba los atardeceres se convierten en terribles luchas entre dos potencias sagradas: abajo está la Gran Mezquita con su torre como un dedo soberano y acusador; arriba chillan las sombras. Llega el crepúsculo y ambas –Mezquita y noche– entran en contacto. Una sube, la otra desciende y ¡pam! explota el silencio. Los niños bostezan y se hunden en sus camas. Los pájaros y los campanarios enmudecen. Quedo yo, sólo yo, las nubes se visten con un raro vestido morado, quedo yo, pienso en ti, pienso en que te pareces a una de esas nubes, me gustaría llamarte para decírtelo pero temo que las llamadas no están en nuestros planes. Quedo yo, veo la nube, bajo la mirada y caigo en la cuenta de que quedo yo. Tú no lo sabes pero te echo mucho de menos por las noches. Ansío un abrazo tuyo, me recrimino, me digo que no, que no necesito a nadie, que no, no te necesito a ti. Duele echarte de menos. Duele más, sin embargo, que tú no lo sepas. Nunca te he dicho cosas que debí decirte. La oportunidad de decirlas ya la perdí. Son cosas que además no importan mucho ahora. Se abrió una distancia larga e insalvable entre nosotros el día en que te eché de menos estando tú a mi lado. Los kilómetros físicos que hoy nos separan son pocos comparados con el abismo que nosotros mismo excavamos justo en medio de nosotros. Nos llevó menos de tres años. No sé si tú te acuerdes del abrazo final. Yo no me acuerdo. Sucedió hace poco pero a la vez sucedió en un mundo prehistórico, es decir, infinitamente previo a este presente recalcitrante. No recuerdo el abrazo mas sí recuerdo la sensación abismal y recuerdo, sobre todo, el suspiro de nostalgia que se me escapó de la boca. Pude haberme arrojado al vacío con la esperanza de llegar a ti y recuperarte. Pero no quise. Ya olvidé el porqué; tal vez nunca hubo. Supongo que era más fácil y cómodo acampar en mi lado del abismo.

Mañana se reanudarán puntuales las risas y los trinos y las campanas. Seré feliz por varias horas hasta que anochezca y vuelva a descubrir que también en Andalucía puedo ser inmensamente triste.

lunes, 15 de octubre de 2012

Cosas que me hacen reír


El humanoide de los semáforos.

domingo, 14 de octubre de 2012

El prodigioso miligramo


Yo me pico la nariz. Cuando estoy nervioso, cuando tengo miedo, cuando hace frío. Me pico la nariz si estoy contento o si me aqueja un pesar. Si estoy solo ó acompañado. En el asiento de atrás de un taxi. En el cine. En mi sala. Yo me pico la nariz, al despertar y antes de dormirme. Por la tarde, a la hora de comer. Me pico la nariz mientras río. Me pico la nariz entre sueños. Pensando en ti, resolviendo adivinanzas, recordando un chiste. Me pico la nariz antes de cada examen. Me pico la nariz y después escribo. Me saco los mocos para olvidar, para perpetuarme. Me pico la nariz al tiempo que leo poemas de San Juan de la Cruz. Voy hurgando en mis fosas en busca de un prodigioso miligramo. Yo me pico la nariz unadostres veces. Noche y día. Ahora. Siempre.

lunes, 23 de abril de 2012

Hay muchas y muy bellas formas de despedirse


1. Un abrazo en medio de una calle solitaria. Un abrazo lo suficientemente largo para retener en la memoria el aroma indeleble de sus cabellos y lo suficientemente breve para no fundirse en sus brazos.

2. Un "adiós" tajante y seco como el golpe tajante y seco del ataúd contra el fondo de la fosa.

3. Un suspiro imperceptible que el aire enseguida recoge y lo transporta lejos, muy lejos, desgarrándolo y esparciendo los pequeños trozos por las aceras de la ciudad.

4. Un mensaje escrito con prisas y con carmín en el espejo de un hotel.

5. Una caricia inmensa como descarga de fuerzas misteriosas y únicas.

6. Una mentira dulcísima del tipo "espero-verte-pronto", "te-quiero", "nunca-te-olvidaré".

7. Una propina.

8. Un incendio de carnes, retinas y gemidos.

9. Una sonrisa tiesa y torpe de maniquí.

10. Un colgar el teléfono resignadamente.

11. Un café, un clavel de Sanborns.


(El reconocimiento, o más bien, la experiencia de la finitud nos vuelve patéticos y preciosos. ¿Cuántas primeras y cuántas útimas veces han pasado sin que yo me diera cuenta?, ¿cuántas despedidas han pasado desapercibidas por mí, por todos?).

lunes, 2 de abril de 2012

Correspondencia privada

Querido Platón,

El caballo negro mató a mi auriga y se apareó con el caballo blanco. ¿Qué debo hacer?


Sinceramente tuyo,
José Manuel Cuéllar M.

jueves, 24 de noviembre de 2011

En esto creo

Hoy es mi cumpleaños. He pedido a mis papás que no compren pastel ni nada que contenga más grasa de la que nuestro aparato digestivo está preparado para recibir. No me gustan los pasteles. En realidad, a ningún miembro de mi familia le gustan. Luego de las Mañanitas, de la vela que se resiste –dos, tres soplidos, ahora entiendo un poco más la heroica y ardua labor de los bomberos: yo pensaba que el fuego se encendía y se apagaba según medidas, pero no es verdad, el fuego es tan violento como un “no” o un “te amo”, cuatro soplidos, me da la extraña impresión de que la llama crece, cinco soplidos, al fin se extingue la vela y de golpe el comedor queda en penumbras, aunque sólo por un segundo: justo lo que tarda la mano de mi mamá en alcanzar el interruptor–; luego de los deseos y de una segunda ronda de las Mañanitas, el pastel apenas mutilado es devuelto al refrigerador. Allí permanece unos días hasta que las mismas manos inclementes de mi mamá lo arrancan de su guarida y lo arrojan al bote. No quiero que este año se repita la escena. Hay una tristeza insondable en la imagen de un pastel que se hunde lentamente entre los desperdicios. Es como ver llorar a un payaso.

A excepción del detalle del pastel, mi cumpleaños no transcurrirá de manera diversa a los anteriores. Suelo festejarlos con modestia, casi con timidez, como si no me creyera digno de ellos. Acepto los abrazos y esgrimo una sonrisa sincera a quien me los ofrece, pero a las sonrisas les sigue una sensación incómoda. No siento nada. Ésa es la verdad. No siento la alegría que me auguran las tarjetas de felicitación o la nostalgia que ataca a algunas personas. Nada, nada.

A menudo culpo de esto a mi educación estrictamente católica. Sospecho que los sacerdotes atrofiaron mi sistema nervioso. Si alguien me preguntara por mi infancia, no sabría qué contestar: fue un delirio de sermones sobre la malignidad del cuerpo, hostias que se reblandecían en el paladar, el incienso clavado en las fosas nasales, quintomandamientonomatarás. (Mi palabra favorita es y ha sido “concupiscencia”: el término más lúcido y realista que maneja la doctrina cristiana). Por lo mismo no me fío de los calendarios, con sus casillas, sus santos y sus fiestas de guardar. Gran parte del autoritarismo religioso se transmitió a nuestro cálculo del tiempo. Al menos yo lo considero así. ¿Qué son las semanas y los meses si no un rosario que desgranamos con paciencia y devoción? Una letanía, una penitencia por quién sabe qué pecado cometido. Ése es el tiempo que chilla en lo calendarios. No comprendo por qué nuestros días se ciñen a un orden tan aburrido: martes uno, y después del martes uno el miércoles dos y el jueves tres. Sería mejor seguir la sucesión de Fibonacci: dos, tres, cinco, ocho… Si la naturaleza respeta este patrón, ¿por qué no lo hacemos nosotros?

Mi calendario no es una cuadrícula y doce planas, tampoco es un presente efímero como pretendía Agustín o un advenir siendo sido como reza San Heidegger. No niego que sus intuiciones sean justas y que merezcan mi aprobación: es cierto que los tres tiempos son reducibles a uno y que en el “ahora” está cifrado tanto el pasado como el futuro de la humanidad. Quién se atrevería a negarlo. Lo que digo es que uno no vive enredado en el tiempo. Nos resulta inevitable clasificar las cosas, poner unas a nuestras espaldas, otras delante y otras más a nuestro costado. Mi calendario es un largo collar de recuerdos. Ignoro si estos recuerdos respetan una secuencia cronológica o si se apiñan según un criterio menos obvio. A lo mejor el criterio último es el grado de dolor que me producen. De cualquier modo, esta noción de tiempo me parece más liberadora. Yo no soy más que una memoria que rescata de la nada –nada, nada– palabras y acciones ya agotadas por mí o por alguien más; pero este rescatar no es una mera repetición, sino un interpretar creativo: la palabra vuelve a ser pronunciada (una y otra vez hasta el hartazgo) y la acción vuelve a ser ejecutada (una y otra vez hasta la esterilidad). Nuestra vida cambia en cada evocación; nuestra vida que no se deja pensar sino ambiguamente. ¿Qué he vivido? La pregunta me atormenta. Desposeído de toda objetividad, mi pasado se torna una escultura sin facciones, dañados los miembros por el implacable cincel de mi memoria.
En este punto de la reflexión me viene a la mente la imagen de un pastel que se hunde entre muchos desperdicios. Es como ver llorar a un payaso. ¿Por qué no puedo tener aquello que me está más cercano y que en todo caso soy yo mismo?

“¿Ni siquiera un pastel de frutas? Contiene menos grasa.”

“No, papá. Esta vez no quiero ningún pastel.”

Pero sí quiero la vela: estoy dispuesto a soplar cinco veces con tal de experimentar ese segundo de intensa oscuridad, en que no hay mundo, sólo un “yo” de contornos difuminados y un deseo vibrándome en la boca.

Hoy es mi cumpleaños. No sé qué cumplo o qué se cumple. Sólo sé que hoy se suma una cuenta al collar.

viernes, 19 de agosto de 2011

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