"La palabra, una vez escrita, vuela y no torna" - Quinto Horacio Flaco

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Charles Dickens


Resulta imposible no acordarse de él en estas fechas. No sé por qué, pero identifico a la Navidad con una ciudad gris, plagada de chimeneas que escupen su humo al agujero de ozono y poblada de trabajadores que huyen presurosos al fuego del hogar, tocados con bufandas y abrigos que les sientan dos tallas más grandes... No sé por qué, pero ésa es la Navidad de mis pensamientos. Sospecho que la culpa la tiene Charles Dickens y sus narraciones urbanas, muy victorianas, muy del siglo XIX.
Si se lee Cuento de Navidad detenidamente se encuentran (o al menos yo encontré) muchas similitudes con el Don Juan Tenorio de José Zorrilla. Lo digo por los espectros que se aparecen, que no dejan de atormentar al protagonista y que pretenden realizar una especie de catarsis en el lector.
Es una gran obra, la de Dickens, que captura el espíritu de las Navidades victorianas. Tanto me impresionó que ahora siempre asocio este época del año con la vetusta y "polvosa" Inglaterra de Charles.

martes, 16 de diciembre de 2008

Res visenda

Mi novela consta de...

514 páginas.
161,206 palabras.
801, 692 caracteres (sin espacios)
960, 061 caracteres (con espacios).
4,103 párrafos.
15,728 líneas.

¡Caray! Qué ocioso soy. Debería morderme más las uñas y teclear menos.

lunes, 15 de diciembre de 2008

El Códice Maya


Lo compré pensando que no se trataba de un libro yanqui más; incluso pensé que se trataría de una novela bien documentada, con toda esa publicidad que le hicieron cuando salió. Pero me equivoqué. Es una novela de aventuras, de corretizas por la selva y de ciudades prehispánicas, mágicas, perdidas en medio de la vegetación. Hay incluso un mono que socorre al protagonista. Y un puente colgante que cae y una gruta llena de tesoros dorados... 

domingo, 14 de diciembre de 2008

Henning Mankell


Henning Mankell es una de esas rarezas vivientes. Escribe novelas negras que ponen en evidencia su personalidad crítica. Sus libros normalmente están inmersos en un panorama social bien documentado y en ambientes epectrales. (Es decir: Europa del norte o África). Ha desarrollado una serie de novelas policíacas/negras protagonizadas por el mismo hombre: Kurt Wallander. La serie asciende a 10 volúmenes (que luego dan origen a una segunda serie, estelarizada por Linda Wallander), de los cuales yo solamente he leído los dos primeros: Asesinos sin rostro y Los perros de Riga.
Creo, sin embargo, que Henning Mankell comete un error al darle continuidad a sus obras: las novelas negras suelen caracterizarse por la densidad de su tono y por entrañar una carga psicológica que se deja caer sobre el lector. No le puedes pedir a una persona que revise 10 novelas negras sin que le dé migraña. Este tipo de literatura, en mi opinión, no debe extenderse más de tres tomos.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Rara avis

Luego de mi desaveniencia con el plural de "oxímoron", decidí (para no errar) buscar el plural de "maravedí" en el diccionario. Como el diccionario de María* estaba más allá en el estante, consulté el de la RAE, y me di de bruces con una sorpresa: "marevedí" es la única palabra del castellano que cuenta con tres plurales distintos: "maravedíes", "maravedís", "maravedises".



*Moliner.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Su rostro lívido


La frase "su rostro lívido" es de las más confusas de entender. Significa tanto pálido como amoratado, puede referirse tanto a un convaleciente como a una jovenzuela enamorada. La frase "su rostro lívido" no nos dice nada por sí sola, y a menudo no se vuelve más comunicativa cuando se le rodea de otros enunciados. Es una violación al principio de no contradicción, para escándalo de Aristóteles y de la ciencia. "Su rostro lívido" compone una ambigüedad, una treta del castellano o un reto al lector.
"Su rostro lívido contrastaba graciosamente con sus labios lívidos". ¡Ah, imposible descifrar el significado de esta descripción! La palabra "lívido" me parece impasible; temible e impasible. La peor palabra. La que miente, la que nunca se pone de acuerdo con el contexto; la que nos lleva de un extremo a otro.
De entre todas las palabras mensajeras, es la que más rápido va.
"¿Cuál fue su reacción cuando volvió a verte, luego de tanto tiempo sin recibir noticias tuyas?", me preguntaron hace no mucho.
Yo bosquejé media sonrisa y contesté: "Reaccionó como esperaba. Su rostro se quedó lívido".
Y todos asintieron. Ninguno supo por qué.

domingo, 7 de diciembre de 2008

24 horas en la vida de una mujer

Ayer, arreglando los libros, di con esta obra de Stefan Zweig. No me acuerdo de los pormenores de la trama, pero el sabor de la historia aún lo siento fresco en la mente... Trata de una mujer que, luego de varias décadas, se propone relatarnos las 24 horas más trascendentales de su vida. Este flashback nos lleva al casino de Montecarlo. A un joven apuesto, presa de los juegos de azar, y a una dama que estará dispuesta a dejarlo todo por una aventura.
La historia tiene todo lo que me gusta: un tono nostálgico, una escena romántica bajo la lluvia, el ruido del mar, una pasión entre desconocidos, mucha despersonalización y muchas faltas a la moral.
Personalmente, no creo en los amores que nos describen los europeos de finales del siglo XIX y principios del XX: son amores que se cultivan en cuestión de horas y que ponen tanto a caballeros como a elegantes damas a temblar de duda y emoción. No, en definitiva no comprendo esos amores, aunque me encante leerlos.
El libro está plagado de juicios morales. La protagonista no sólo nos narra acciones, sino que se detiene varias páginas en descripciones sobre sus sentimientos. Parece, incluso, que le preocupan más las emociones que las acciones mismas...
En fin, es una gran novela, que retrata bastante bien la consternación de los europeos de esos años: temían que su esposa se les fuera de casa, harta de la monotonía y enamorada de algún señor con sentido del humor y buen semblante.
La mujer que nos cuenta las 24 horas más irreales y vertiginosas de su vida bien pudo protagonizar Casa de Muñecas, de Henrik Ibsen. Seguramente Stefan Zweig leyó esa obra, o la vio en el teatro.
Caray, después de Nietzsche las maridos empezaron a ver a sus esposas con recelo, temerosos de que éstas se volvieran supermujeres.
Y seguimos recelando, ¿no?
Da igual.
Ayer, luego de pensar en todo esto (es decir, luego de ir de Stefan Zweig a Ibsen, y después a Nietzsche) coloqué 24 horas en la vida de una mujer en uno de los estantes del centro. Ya bastante olvidado está Zweig como para que yo, además, lo olvide.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Esta boca sigue siendo mía (una canción para las chicas malas)


Hace tres semanas llegó a los estantes Esta boca sigue siendo mía, una recopilación completa de los versos que publica Sabina en Interviú. Extraigo de sus páginas estas estrofas, mis favoritas:


El porno que me excita es cutre y casero,
mejor las Maritornes que la Afrodita,
jartito de subir la cuesta de enero
y que me diga nasti la Margarita.

Yo butanero, usted damita de casa,
hablo del siglo veinte,
cuando era un pibe,
un polvo en la cocina
y si no ¿qué pasa?
Lo imaginan las pajas
del que suscribe.

Pongamos un enfermo por bulerías
y una dulce enfermera de azul y cofia,
y una puta en la cárcel de Yeserías
soplando las velitas de la bazofia.

Si te invitan a un porro y una papela
puedes decir que sí,
que no, que depende,
en Europa también existen fevelas
y coños que se compran y que se venden.

Benditas las braguitas que se dejaban
ondear a media asta en un descampado
y en la misa de doce se confesaban
de dos mentirijillas y tres pecados.

Las tontas de la clase, las más horteras,
doctas de un evangelio
que no está escrito,
las hijas naturales, las peluqueras
que bailan con cualquiera el vals
de San Vito.

Las madres de Lolita, las cuarentonas,
con faldita escocesa de colegiala,
las primas inter pares, las calentonas,
las viuditas alegres, las chicas malas.

martes, 2 de diciembre de 2008

What's in a title?

Los títulos son siempre díficiles. Deben expresar mucho en pocas palabras, deben fluir sin atropellos. De preferencia tienen que iniciar con una letra que se encuentre en medio del alfabeto, para que el librero los acomode justo donde cae la mirada del cliente. Idear un buen título, insisto, es difícil. No extraña que en la mayoría de las veces sean los editores los que acaben seleccionando uno.
He aquí una lista que hallé en el blog de Barbara Wood, con el título original de la obra y, entre paréntesis, el que terminó apareciendo en las portadas y que es conocido por todos.

"Call the Darkness Light" (Domina, by Barbara Wood)
"All's Well That Ends Well" (War and Peace, by Leo Tolstoi)
"Trimalchio of West Egg" (The Great Gatsby, by F. Scott Fitzgerald)
"West of Waukegan" (On the Road, by Jack Kerouac)
"This Golden Land" (The Dreaming, by Barbara Wood)
"Short Pants" (Catcher In the Rye, by J.D. Salinger)
"Lunch At Bloomingdale's" (Breakfast at TIffany's, by Truman Capote)
"Tomorrow Is Another Day" (Gone With The Wind, by Margaret Mitchell)
"Venus Rising" (Soul Flame, by Barbara Wood)
"Catch-18" (Catch-22, Joseph Heller)
"Mayapan" (Woman Of A Thousand Secrets, by Barbara Wood)
"Tenderness" (Lady Chatterly's Lover, by D.H. Lawrence)
"The Terror of the Deep" (Jaws, by Peter Benchley)
"Something That Happened" (Of Mice and Men, by John Steinbeck)

domingo, 30 de noviembre de 2008

Telón



El último caso de Hércules Poirot. El detective regresa a la casa de huéspedes donde se enfrentó a su primer misterio, hace quién sabe cuántas décadas atrás. Sólo que, esta vez, se encuentra ante el criminal perfecto.
Telón fue publicado en 1975, meses antes de la muerte de Aghata Christie y 55 años después de la primera aventura de Hércules Poirot. Con la aparición de esta novela en las librerías, la escritora le dio fin tanto a su propia carrera como a la de uno de los más célebres detectives de la literatura.
Sólo le sucedió Un asesinato dormido, en 1976, que relata el último caso de la señorita Marple. Pero ése no lo he leído.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Macondo


¿Qué no ha pasado allí? Primero fue la guerra, luego la invasión de los extranjeros. Mataron a Santiago el día después de la boda y el coronel, mierda, jamás recibió su pensión. Qué no ha pasado en Macondo. Ha sido visitado por gitanos y por fantasmas y por quién sabe qué otros extraños peregrinos. Todo ha pasado allí. Sucesos reales y sucesos mágicos, porque en Macondo, allá a las orillas de un río, la realidad y la magia se conjugan.
Allá, en Macondo, hubo un boom. 

lunes, 24 de noviembre de 2008

Glosa de mi tierra - Alfonso Reyes

Admiro a Alfonso Reyes por tres razones: 1) Conoció a Borges antes de que fuera Borges. 2) Es el mexicano que mejor usa la semántica. 3) Sus ensayos sobre la literatura clásica me ayudaron en mis tareas de Historia de las Culturas. Éste es, en mi opinión, su mejor poema:


Amapolita morada
del valle donde nací:
si no estás enamorada,
enamórate de mí.

I
Aduerma el rojo clavel
o el blanco jazmín de las sienes;
que el cardo es sólo desdenes,
y sólo furia el laurel.
Dé el monacillo su miel,
y la naranja rugada
y la sedienta granada
zumo y sangre —oro y rubí;
que yo te prefiero a ti,
amapolita morada.

II
Al pie de la higuera hojosa
tiende el manto la alfombrilla;
crecen la anacua sencilla
y la cortesana rosa;
donde no la mariposa,
tornasola el colibrí.
Pero te prefiero a ti,
de quien la mano se aleja:
vaso en que duerme la queja
del valle donde nací.

III
Cuando, al renacer el día
y al despertar de la siesta,
hacen las urracas fiesta
y salvas de gritería,
¿por qué, amapola, tan fría,
o tan pura, o tan callada?
¿Por qué, sin decirme nada,
me infundes un ansia incierta
—copa exhausta, mano abierta—
si no estás enamorada?

IV
¿Nacerán estrellas de oro
de tu cáliz tremulento
—norma para el pensamiento
o bujeta para el lloro?
No vale un canto sonoro
el silencio que te oí.
Apurando estoy en ti
cuánto la música yerra.
Amapola de mi tierra:
enamórate de mí.

jueves, 20 de noviembre de 2008

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Cuarto dios pagano: Tessa Korber


Autora de El Médico del Emperador y de Berenice. Ambas son biografías noveladas; la primera sobre Galeno, la segunda sobre Berenice, esposa de un faraón egipcio e iniciadora de esa estirpe que vio nacer a la célebre Cleopatra. Tessa Korber, antes que escritora, es historiadora. Ya se podrán imaginar la precisión y calidad de su pluma.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Puntos suspensivos


Lo peor del amor cuando termina

son las habitaciones ventiladas,

el puré de reproches con sardinas,

las golondrinas muertas en la almohada.

Lo malo del después son los despojos

que embalsaman al humo de los sueños,

los teléfonos que hablan con los ojos,

el sístole sin diástole ni dueño.

Lo más ingrato es encalar la casa,

remendar las virtudes veniales,

condenar a la hoquera los archivos.

Lo peor del amor es cuando pasa,

cuando al punto final de los finales

no le siguen dos puntos suspensivos…




martes, 11 de noviembre de 2008

De locos, de escritores y de escritores locos

Ha no pocos meses que este artículo mío apareció en una revistilla para no lectores (de cuyo nombre no quiero acordarme).


Dicen que “la locura es un cierto placer que sólo el loco conoce” (John Dryden). Dicen. Y tal vez sea verdad… Si no, ¿cómo explicar la demencia de los grandes personajes? Desde Nerón hasta Dalí, en la antigua China o en nuestra ciudad, hallamos los inconfundibles síntomas del desequilibrio. Aunque es verdad que esta locura muchas veces ha influenciado el curso de la historia y de las ideas humanas. Nos ha dado ciencia y nos ha dado arte. Y seguramente seguirá sorprendiéndonos según su extraña manera. Ejemplos de lo anterior pueblan las páginas de los libros y llenan las tertulias de sobremesa; pero también han incursionado en el oscuro ámbito de la literatura.
Jules Barbey d’Aurevilly, escritor del siglo XIX, solía conmocionar a París cuando sacaba de paseo a su mascota: una langosta atada a una correa. Guy de Maupassant, por mencionar a otro francés del mismo siglo, también disfrutó de la exquisitez de la locura: fue poco a poco teniendo visiones y alucinando ruidos; se caracterizaba por su carácter vagabundo y por carecer de formalidad; era olvidadizo y se creía perseguido por espectros. Más de una vez aseguró haber visto a su doble en la sala de su casa. Todo esto, naturalmente, quedó volcado en sus textos.
El célebre Émile Zola no queda exento de esta lista. Era un maniático de los números, y adonde quiera que iba contaba las coches, las tomas de agua o prestaba atención a la numeración de la calle. Primero asociaba los múltiplos de 3 a la maldad; después aborreció los del 7. Pero repudiaba el número 17, sobre todo.
En Inglaterra, ya en el siglo XX, Ernest Vincent Wright murió el día de la publicación de su novela, Gadsy. No es, sin embargo, una novela cualquiera: en sus cerca de 50 mil palabras no consta la letra “e” (que es, dicho sea de paso, la más común en el idioma inglés).
Revisando más casos, encontramos a Jonathan Swift. Este irlandés, autor de Los viajes de Gulliver, destacaba por vestir de negro en sus cumpleaños y por odiar, en general, al hombre. Apoyaba la crianza de niños pues su carne podría aprovecharse en momentos de hambruna.
Honoré de Bálzac, por su parte, trabajaba siguiendo un horario sin orden: se levantaba alrededor de la medianoche, escribía unas ocho horas, comía en quince minutos, seguía realizando sus obras y se dormía a las cinco de la tarde. Sólo hablaba de sí en las reuniones y es recordado como un individuo egoísta. Charles Baudelaire, quien no es menos famoso que Bálzac, vivió entre el alcoholismo, la enfermedad y las deudas; discutía con su editor trivialidades, como la posición de una coma, durante semanas enteras.
Las extravagancias de los literatos, no obstante, nos remontan a épocas más antiguas. En la Grecia del siglo VII a.C., Arquíloco (poeta cruel) envió a la joven que lo había rechazado en matrimonio un poema salvajísimo. La joven, su padre y sus dos hermanas se suicidaron después de leerlo.
Claro que ciertas locuras no arrastran fatalidad, sino que resultan muy convenientes. Cuando la Ley Romana dictó que las tierras de los ricos debían confiscarse, salvo aquellas usadas como cementerios o mausoleos, Virgilio (en el año 43 a.C.) organizó un funeral en su mansión en honor a un mosca muerta, “mascota suya”. Así su hogar se volvió legalmente una tumba y consiguió librarse del nuevo decreto…
Y muchos otros pensamientos locos han hecho literatura. Y quién sabe qué cosas más. Quizá sí. Quizá la locura es un placer.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Valfierno

Uno de esos libros que te animan a escribir tu propia historia.


domingo, 9 de noviembre de 2008

Carlos Ruiz Zafón

Víctor, Víctor: aléjate del señor Zafón o te dejará un sabor amargo, muy amargo, en la boca.
Leí La Sombra del Viento hace no sé cuánto. Y me encantó. ¡Qué novela! Se teje el misterio y la aventura con una prosa delicada. Las descripciones de Barcelona (tú las debes tener mucho más frescas que yo) son simplemente evocativas. Y ni qué decir de los personajes. El vagabundo que acompaña al protagonista (¿se llama Fermín?) es de los personajes más vivos que he leído jamás. La idea del Cementerio de los Libros Olvidados entusiasma a cualquier fanático de la lectura.
Tanto me gustó La Sombra del Viento que adquirí las obras anteriores de Carlos Ruiz Zafón.
Leí El Príncipe de la Niebla, Las Luces de Septiembre, El Palacio de la Medianoche y Marina... No supe qué opinar... Son libros tan... diferentes. Tan malos... Los tres primeros bien podrían ubicarse en el estante de literatura juvenil. Pues ya sabes, Víctor, lo que opinan los escritores encanecidos de los jóvenes: que somos unos imberbes a los que hay que atosigar con historias de hechiceros o corretizas.
La obras de Zafón son más o menos así. Plagadas de detalles infantiles, trama absurda. Ilustraciones... Y ni siquiera consiguen ser buenos libros para niños, pues de pronto incluyen episodios macabros, muertes, incendios (¿qué tendrá Zafón con el fuego, que recurre a él en prácticamente todas sus novelas?).
En fin. Odié a Zafón. En Marina alcanza una madurez que, en algunos capítulos, ya huele a La Sombra del Viento. (Por cierto, Víctor, me asombró descubrir que La Sombra del Viento retoma situaciones de todas sus novelas).
En fin. No me gustó Zafón. Pero comprendí que todo escritor necesita desarrollarse, y con La Sombra del Viento este autor quedaba más que consagrado para mí.
Que sus obras anteriores fueran malas no me importó...
Pero que su siguiente obra fuese incluso peor que las anteriores, no lo perdono.
Hace unos meses se publicó El Juego del Ángel, continuación no tan directa de La Sombra del Viento. Ya te imaginarás, Víctor, cuál fue mi reacción: corrí como poseso a la librería. Y de la librería me recluí en la cama, dispuesto a leerlo. Me disgustó, en primer lugar, que su siguiente novela fuese una continuación. Los escritores deben aprender que las obras maestras pierden su valor cuando se les extrapola, y más cuando es de un modo tan evidentemente forzado como en el caso de este español.
Sin embargo, para la lectura de esta novela eché a un lado los prejuicios...
Qué desilusión. Son cerca de 600 páginas de corretizas y de muertes. La trama es parecida, parecidísima, a la de La Sombra del Viento. Otra vez el personaje misterioso, que aparece y desaparece. Otra vez los recorridos por esa vieja Barcelona. Otra vez los Sempere (jugando un papel mucho menor)... Sólo que, esta vez, el estilo ni es sobrio ni es serio.
Zafón, quién sabe por qué, regresó a la pluma infantil que tanto odio.
A lo mejor La Sombra del Viento compone un destello en su carrera. Un destello que debió haber dejado en paz.
Pero eso no es lo peor: ya lanzó la amenaza de que habrá otros dos libros. ¡Caray, no sólo La Sombra del Viento se remueve, aplastada, bajo el peso de su precuela! ¡Ahora tendrá que soportar tres tomos! ¡Caray, tres tomos!

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Irving Stone


Escribe biografías. Pero las suyas son biografías noveladas. Es decir, da a su personaje una profundidad que las monografías (tan llenas de precisiones históricas, tan áridas, tan poco retóricas) nunca consiguen. Por ejemplo, en Lujuria de vivir Irving Stone nos presenta a un Van Gogh humano, que sufrió en las minas, que descubrió su falta de talento, que durmió en Arles y que acabó retratando a su psiquiátra de mirada taciturna, sólo porque era incapaz de dejar que sus impresiones se fueran sin ser pintadas. El autor, de pronto, vuelve palabras los paisajes que inspiraron a Van Gogh. Vuelve a Van Gogh palabras.
Irving Stone también ha narrado la vida de Freud y de Miguel Ángel. Ésta última destaca. Al menos para mí. Michelangelo: la agonía y el éxtasis, se titula. Y a través de sus páginas atestiguamos el origen de aquel primer Cupido apócrifo, que lo lanzó a la fama en Roma. El David surge ante nuestra mirada. El Moisés y aquellos eclavos que jamás formaron parte de una tumba son esculpidos de nueva cuenta. La Capilla Sixtina es pintada de nueva cuenta. Y de nueva cuenta Miguel Ángel queda ciego. Y de nueva cuenta, como el acto triunfal de su vida, diseña la cúpula de San Pedro.
¡Qué novela!
El último párrafo del libro es, en mi opinión, de los mejores finales que se han escrito jamás.
Pienso en él y de inmediato me viene a la mente un Miguel Ángel anciano. Que avanza por la nave principal. Que lo recuerda todo. Que se eleva. Que se funde. Que se confunde con la cúpula. Y finalmente con Dios.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Orhan Pamuk


Ganó el Premio Nobel de Literatura en el 2006. Su libro Me llamo Rojo es de mis favoritos. En él se van tejiendo de manera ingeniosa dos historias: la de un asesinato entre un grupo de ilustradores y la de una amor. Orhan Pamuk juega con las perspectivas: de pronto es un perro quien describe la escena, de pronto un maravedí o un color: el rojo. Que es el color de la sangre. De la pasión. De los valientes.

sábado, 1 de noviembre de 2008

La rata Firmin sabe

Que leer es un fastidio.


lunes, 27 de octubre de 2008

Umberto Eco

El profesor me lo recomienda entradas más abajo. No es cualquier recomendación. Es de los pocos autores contemporáneos que se erigen como indiscutibles autoridades literarias. Una especie de Alfonso Reyes italiano, si la comparación resulta posible.
Casi no leo ensayos. Podría contar los que han pasado por mis ojos con los dedos de mi mano derecha. Uno de ellos, sin embargo, fue escrito por Umberto Eco. Historia de la Belleza, se llama, y sigue ocupando entre los críticos un lugar privilegiado. El texto es, simplemente, maravilloso. Revisa la belleza clásica con una seguridad que sólo se podría permitir él. De ahí pasa a la belleza de la Edad Media, la belleza de lo grotesco, la definición de sublime acuñada por Kant, la belleza de la Inglaterra victoriana... En fin, el libro acaba con Greta Garbo y David Beckham.
Tanto me gustó este ensayo que me di a la tarea de leer una novela suya. Como no encontré El nombre de la rosa, compré La misteriosa llama de la reina Loana.
Casi no la menciono porque casi no me gustó. En la novela, Umberto Eco recrea la vida en la Segunda Guerra Mundial. Y la recrea con tanta maestría, que hasta incluye las imágenes de los cómics que se publicaban en la época, enlista las canciones que se escuchaban, los programas de radio que se oían... Todo... Supongo que algún europeo nostálgico halla en esas páginas todo un mosaico de recuerdos. Pero para un adolescente mexicano tal obra únicamente supuso un interés casi académico. La trama no es elaborada, es sencilla, sencillísima. Como ya dije, la novela se enfoca más en la recreación de un ambiente.
Este verano salió en México otro gran libro. Historia de la fealdad. Ya lo tengo en el estante, desde luego; sólo aguardo las siguientes vacaciones para comenzarlo.
También publicó recientemente un largo ensayo sobre el arte de traducir.
Caray, se nota que mi profesor sabe de literatura. La suya no fue cualquier recomendación. Se metió con uno de los Grandes.

domingo, 26 de octubre de 2008

Un pequeño detalle

Morirás.

(La Ladrona de Libros, Markus Zusak)

viernes, 24 de octubre de 2008

Tercer dios pagano: Liudmila Ulitskaya


Rusa. Ganadora del Premio a la Novela del Año 2004 con Sinceramente suyo, Shúrik. Una obra maestra. Habla de un hombre que, por su educación y desde su más temprana pubertad, confunde el amor con la compasión. De tal modo que sus parejas van de una inválida a una enana, pasando por una suicida paranóica y una joven enclenque, a la que nunca olvida.
El libro, en mi opinión, retrata con insuperable maestría las complejidades de una personalidad. Todos tenemos nuestras filias y nuestras fobias, sólo que casi nunca las detectamos y casi nunca las exponemos como hace Liudmila en esta novela. (El resto de sus obras son prácticamente imposibles de conseguir en México: las busqué hace un año, y sólo di con esa odiosa generación de españoles y con... ay... no me atrevo a pronunciarlo: Cañitas).

miércoles, 22 de octubre de 2008

Matilde Asensi


No me gusta. Es decir, me gustó en su momento. Leí El Origen Perdido, El Último Catón y Peregrinatio. Y recuerdo que la admiré. Elogié para mis adentros su modo tan inesperado de mezclar lo real con lo ficticio. Ahora, sin embargo, pienso en ella como en una escritora que ha imitado la forma de la literatura yanqui: historias con esquemas repetitivos, con una introducción de los personajes, con una presentación del nudo, un desenvolvimiento, un clímax, un final y una historia secundario de amor. Los temas rayan en lo morboso (a excepción de Peregrinatio) y la trama resulta francamente digna de alguna película intrascendente. Una película de acción.
Matilde Asensi pertenece a esa generación de escritores españoles contemporáneos (junto con Ruiz Zafón, Carmen Posadas, Álvaro Pombo y vayan ustedes a saber quiénes más) que escriben por el simple gusto de ser exhibidos en algún entrepaño de El Corte Inglés.
Recomendaría a la señora Asensi sólo a aquellos no lectores que hojean un libro de vez en cuando.
Aunque tampoco debo quejarme en demasía: las lecturas de Matilde Asensi me traen buenos recuerdos. Leí Peregrinatio en un vuelo de México a París (no durante todo el vuelo, claro, sólo durante la primera hora; luego tuve que contentarme con una película infantil, creo). El Origen Perdido lo acabpe en San Cristóbal de las Casas (que es, en mi opinión, el lugar más mágico de este país; estar ahí es como estar al filo mismo de la realidad y del tiempo). El Último Catón lo comenté profusamente con mi padre: pocas veces compartimos libros: a él le obsesionan las leyes y a mí me obsesiona todo menos las leyes.
Léanla, pero con esta pequeña nota sobre sus libros en mente.
A Carlos Ruiz Zafón (la desilusión del verano) ya le tocará su turno en alguna otra entrada.


sábado, 18 de octubre de 2008

El mejor thriller


(Thriller = pseudolibro)

viernes, 17 de octubre de 2008

Una genial desconocida: Iris Murdoch


Incursionó en México hace no mucho. Hace, tal vez, no más de un década. Otra gran lástima: Iris es una de las figuras más representativas de la literatura inglesa del siglo XX. Y es, en efecto, genial. Aunque lo de desconocida se limita a las inmediaciones.
La descubrí con Amigos y Amantes. La magia de esta novela estriba en su contenido filosófico. Los personajes, a lo largo de la trama, se ven enfrentados entre sí y consigo mismos mediante conflictos morales, algunos de los cuales resultan de carácter sexual.
Pero lo que realmente hizo de Iris Murdoch, esta irlandesa, una Dama Comandante del Imperio Británico fue la dualidad de sus palabras. Es decir, sus textos suelen tener una doble interpretación. Amigos y Amantes puede leerse como una historia creativa, cargada de personajes carimáticos y un estilo cínico, o puede leerse como un concienzudo análisis de la convivencia humana. La novela, de hecho, toma lugar en una casa de verano, habitada por toda clase de familiares, cada cual poseedor de una personalidad ordinaria... Al menos, en apariencia. Pues Iris Murdoch pronto descubre que tras el trato cotidiano y las fórmulas primarias de interacción se esconde una compleja red de intereses... Amores ocultos. Homosexualidad. Infidelidad consentida. Desilusión... Las amistades, vistas de cerca, tercian en amoríos. Y los amantes ya no lo son tanto cuando se les estudia desde el revés.

lunes, 13 de octubre de 2008

Segundo dios pagano: Amos Oz

Escribió mi libro favorito. A él le debo las mejores letras que he leído jamás. Y lo descubrí hace no más de un año. De hecho, las obras de Amos Oz apenas están comenzando a poblar las librerías de México. Es extraño. Un escritor tan talentoso, nominado varias veces al Premio Nobel, ganador del Premio Goethe, del Premio Príncipe de Asturias; uno de los mejores escritores vivos nos llega con un par de décadas de retraso. Tal vez porque es israelí y lo suyo es alta literatura: a los lectores mexicanos no nos gusta eso.
En fin. No nos lamentemos. De él me avergüenza confesar que sólo he leído un título: Una historia de amor y oscuridad, que fue precisamente la que difundió la fama de Amos Oz en nuestro país. Es un libro autobiográfico: abarca la infancia y juventud del autor, y ocasionalmente hace un retroceso en la historia de su familia para contarnos la vida de sus abuelos y de sus tíos. Toda la trama, sin embargo, gira alrededor de la muerte de su madre, ocurrida cuando él tenía doce años.
La novela está escrita con un estilo abrasivo, inmejorable. La mente del lector escurre por los párrafos del libro y, sin que éste sepa cómo, se le van narrando los sucesos. Únicamente en otro autor he sido modo víctima de este fenómeno: García Márquez. Pareciera que la historia, en ambos, se despliega de natural.
Amos Oz, por cierto, también disloca la historia para presentárnosla en varios planos temporales. Las consecuencias de esto son muchas: se logra una emotividad que no sabría comparar con otro texto, y se atrapa con eficacia la época histórica. Pues la novela está ambientada en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando los judíos sobrevivientes migraron a Asia y fundaron (no sin infortunios) el actual estado de Israel.
En agosto comencé la lectura de Un descanso verdadero. La hubiera terminado hambriento de no ser por un profesor (de cuyo nombre no quiero acordarme) que me ordenó releer La Odisea. Desde entonces sobran las lecturas, escasean los minutos y dirijo un blog.
Algún día quiero ser como Amos.

domingo, 12 de octubre de 2008

Sobre la avaricia

Hace meses leí dos libros sobre el mismo tema de manera consecutiva y casi por casualidad: El Avaro, de Molière, y Eugénie Grandet, de Balzac. El primero es una comedia que pone al descubierto las más ridículas manías de los avariciosos; el segundo critica la avaricia con el estilo serio y crónico de Balzac. Las semejanzas entre ambos textos son sorprendentes: en los dos hay un amor que la avaricia del padre impide y una fortuna secreta; sólo cambia un tanto la pluma, el tono y los gafas del escritor. Tal vez porque los dos tratan de exhumar los detalles más escandalosos de la naturaleza humana.
El Avaro, por cierto, luego fue puesto en escena en el Teatro Hidalgo. Rafel Inclán fungió de padre. No diré que es mal actor. La obra, al menos, respetó el desarrollo original de la historia, y gran cantidad de chistes. Hubo bromas, desde luego, que Molière no ideó y que pronunció Inclán. Recuerdo que aplaudí al final del espectáculo. Me alegró creer que el teatro vuelve su mirada a los verdaderos cómicos.
Balzac y Molière, en fin, sabían de lo que hablaban. No por menos se cuentan entre los Grandes.

jueves, 9 de octubre de 2008

Por qué escribir [no] vale la pena...

Guardo esta imagen desde hace un año, creo. Y la leo cada vez que la desesperación me gana. Es decir, unas dos veces al día. (Nota: hagan clic en la imagen si no resulta legible).


domingo, 5 de octubre de 2008

De músicos, poetas y poetas músicos

A pesar de que me considero prosaico (por ser seguidor de la prosa y, desde luego, por ser un tanto vulgar), disfruto de la poesía cada vez que ésta se me planta enfrente. Los Versos del Capitán (de Neruda), por ejemplo, me arrebataron más de un suspiro. Con Fulgores y Sombras (de cuyo autor no quiero acordarme) me dio por apreciar las rimas. Alfonso Reyes me mostró las bondades de una estrofa bien armada. Jaime Sabines me mata cada vez que quiere... Pero como es mentira que cien mentiras no digan la verdad, y como es mentira que la poesía sea cosa sólo de poetas, incluyo en mi breve altar de versificadores a un músico. Si es que lo suyo puede llamarse música: Joaquín Sabina.
¿Quién se atreve a decir que esto no es literatura?

sábado, 4 de octubre de 2008

Primer dios pagano: Barbara Wood

No recuerdo qué edad tenía. Sólo sé que por entonces las lecturas de Harry Potter ya me habían hastiado y me acercaba alarmantemente al final de El Señor de los Anillos. Yo ansiaba otra novela épica, ésas de castillos, damas en apuros y héroes legendarios. Mi padre, preocupado, llegó un día a casa con un par de bolsas a rebosar de libros. Sin embargo, ni uno de los títulos satisfizo mi gusto severo. De modo que ese mismo fin de semana me llevó de la mano a la librería. Allí, sobre el montón de novelas, se alzaba El Amuleto. De Barbara Wood... Enseguida lo tomé.
Y me fascinó. Sigue siendo una de mis obras favoritas. No recuerdo qué edad tenía, pero sí me acuerdo con exactitud del contenido de ese libro. Narra el viaje que ha venido realizando una piedra a lo largo de la historia. El amuleto es en realidad un pretexto para relatar la vida de sus distintos poseedores, que van de la prehistoria al oeste americano del siglo XIX, pasando por la vieja región del Jordán, la Roma Imperial y la Edad Media... En total son ocho relatos que tratan de desentrañar la evolución del hombre. No hay aparente relación entre ellos, más que la presencia del amuleto y del diferente significado que cada protagonista le da a éste.
Fascinante.
Barbara Wood, simplemente, me fascinó.
He leído, tal vez, doce títulos de ella. Algunos logran más que otros. Yo tacharía de indispensables Bajo el Sol de Kenia (tendré que dedicar una entrada entera a esta pieza maestra de la literatura), Las Vírgenes del Paraíso y Domina.
Su estilo nítido, con las justas metáforas, los diálogos colmados de viveza y las acertadas referencias históricas, han hecho que Barbara Wood encabece mi lista de dioses paganos. Le profeso cierto cariño y hasta agradecimiento: fue la mujer que desató las palabras para ese niño prendido de la mano de su padre, que buscaba novelas épicas y encontró algo mejor.
Barbara Wood, sin duda, influenció de manera decisiva en el niño cuando a éste le dio por comenzar la escritura de su propia obra... Pero eso es cosa de otro autor, otro libro y otra entrada...

jueves, 2 de octubre de 2008

Sólo valen las palabras. El resto es charlatanería...


Mi primera entrada. Al fin, mi primera entrada. Y estoy nervioso, como en una de esas primeras citas. Me gusta pensar, de hecho, en este blog como en una cita: con su mirada retadora y perdida, con su historia en blanco, con sus promesas... Pero, ¿cómo debo comenzar? He estado posándome de blog en blog en busca de buenas ideas, y he advertido que la mayor parte de ellos inicia con una breve descripción del contenido, el autor y hasta del propósito que se persigue (como si recoger menudencias por la red tuviese un propósito). De modo que podría empezar diciendo que éste es un blog literario, de creadores y de creaciones; de letras que se juntaron hasta formular frases y de frases que alguien revolvió hasta crear párrafos. Esto implica, desde luego, algo de historia, psiquiatría y análisis.
Podría empezar diciendo todo eso. Pero a mi blog, en definitiva, no le gusta el establishment (siendo rojo, como es). Me limitaré, por tanto, a dejar que el blog se exprese por sí mismo. Hablar de palabras resulta inútil. Las palabras, en realidad, valen por sí solas. El resto es pura charlatanería (Eugéne Ionesco).
Así que ya basta de palabrerío introductorio y hasta fútil. Vayamos tras las musas de los Grandes --promiscuas, juguetonas e indecentes, como todas las musas--, y tras la estela que la escritura ha venido dejando para nosotros...