"La palabra, una vez escrita, vuela y no torna" - Quinto Horacio Flaco

lunes, 25 de mayo de 2009

Acuse de recibo

Éste es un adiós sin hasta luegos. La preparatoria se me escurre de entre las manos y no puedo más que sonreír. Hoy, sentado en una banca, en tediosa espera, me dio por evocar. Recordé, primero, a los profesores y a los amigos y a los sinsabores del cuarto año. Se me vino a la mente Kunz, con sus charlas homicidas y sus tembleques. De ahí pasé rápidamente al quinto año. De esos meses sólo me quedó un odio por la Química y la amarga experiencia de la despersonalización (cuyos accesos, gracias a dios, no se han repetido). Finalmente, el sexto año... Cuánto cambié, cuánto crecí. Ha sido un año enriquecedor. Turbulento. Cometí no sé qué crímenes, pensé no sé qué atrocidades. Me atreví a mucho, sonreí mucho. Dejé (como diría Hesse) que afloraran mis complejidades, mi personalidad polipartita. Dejé de ser y de verme como un ente unitario para convertirme en un zoológico de bestias desenjauladas. Fui del racionalismo al barroco, de la más letal melancolía a la hilaridad más pueril. Yo mismo me sorprendí en más de una ocasión.
Hoy, en esa banca, agradeciendo esa espera, agradeciendo esa excusa para pensar, me pregunté qué papel ha jugado la UP en mi desarrollo. Después de tres años, ¿qué pasó? ¿Con qué me quedo? ¿Qué aprendí? ¿Qué olvidé?
Los dioses quisieron que en ese instante tuviera un bolígrafo y un ticket cerca. En el reverso del ticket escribí lo siguiente:

Me cansé de los labios ardiendo
en las tardes heladas,
del negror de la casa,
el olor del café.
De gloriosas batallas
que pierdo ganando,
del adiós exaltado,
el dolor de un "después".

Me libré de los malos amigos,
las risas torcidas,
el milagro barato
de tu comprensión.
Las ganas macabras de echar por la borda
palabras hirientes para un corazón.
Sublimé las pasiones carnales,
los pecados veniales,
las charlas de amor.
Los juegos de amantes
que sueñan que besan,
que besan y mueren,
que mueren de amor.

Me entregué a tareas de pirata,
verdades que matan,
modales de ujier.
Mentiras piadosas
que velan mi cara,
que la hinchan de rabia,
que nadie me cree.

Me cansé de los labios ardiendo
en las tardes heladas,
el negror de la cama,
el olor de una "también".
De gloriosas batallas
que gano engañando,
el deseo y el hartazgo,
tu piel en mi piel.

Me cansé de los labios ardiendo
en las tardes heladas,
el negror de la nada,
el sabor de un "por qué".
De gloriosas batallas
que gano sin ganas,
las grises mañanas,
mi estancia en la UP.
He aquí mi acuse de recibo, querida UP. De tres largos años no consigo sacar más que una decena de versos defectuosos, sin ritmo. El ticket, por cierto, era de alimento para perros. Así de atinados son los guiños de la realidad.
Esperando en esa banca, suspirando en esa banca, supe que esta es una huida. Un "no más". Un adiós sin hasta luegos.
Incluyo foto pa' que luego María no se queje. La sonrisa no es falsa, es genuina. Interprétenla.

sábado, 23 de mayo de 2009

Seda, Alessandro Baricco


Comencé su lectura atestado de prejuicios: no suelo leer aquello que ocupa el primer lugar en el estante de la librería pues por experiencia sé que esos son los libros que más carecen de arte. Tanta recomendación, sin embargo, me convenció de adquirirlo.
Me gustó.
Reconozco cabizbajo que me gustó.
Los motivos: prosa evocadora, narración preciosista, fondo melancólico y uso excesivo de la aliteración.
Me da la impresión que el autor cuidó cada letra, cada palabra, cada párrafo. Ninguna coma parece ir de más. Ninguna conjunción le sobra a este libro. Es una gran pieza.
¡Qué modo tan atinado, tan preciso, tan conmovedor de escribir!
No merece, en definitiva, un lugar en el primer estante. Exijo que lo lleven al fondo de la librería, al lado de Shakespeare, Balzac y Celá.

domingo, 10 de mayo de 2009

Sabina tiene la culpa

Sabina tiene la culpa de que ya no quiera amores civilizados, de que ande por la ciudad buscando encuentros que me iluminen el día, de preferir las medias horas de amor apresurado al ruido de gemidos. Él, en la infancia, me enseñó a pobretear a Gulliver, por ser un gigante entre enanos envidiosos. Pronto descubrí en sus versos que a los niños les da por perseguir el mar dentro de un vaso de ginebra. Y Sabina, irónico ante mi desencanto, sólo me aconsejó negar el asiento a las señoras. A él lo culpo de ser lo que soy. Él me tendió el milagro del abecedario y la llave de la ciudad prohibida. Él disparó la bala perdida que viene por mí. Por él me emociona la idea de un joven marqués de Sade sodomizando a una monja del Sagrado Corazón. Por él prefiero la maja desnuda y a la ciudad cuando se pinta los labios de neón. La noche que yo amo crece entre los despojos que ilumina Joaquín en cada canción suya.

Mientras crecía, Sabina me dijo muy quedo, al oído, que al mar los diques le sientan fatal. Que los espejos son unos cabrones. El flaco un buen día me dijo que pisara el acelerador, y desde entonces no conozco los frenos. No tengo costumbre de guardar la ropa si voy a nadar, me he vuelto un perdedor asiduo de tantas batallas que gana el olvido. Cuando alguien quiere conocerme, le pido que oiga a Sabina. Él posee las claves. Sus versos se han vuelto mis verdades, hasta el punto en que vivo a través de su poesía.

Él es el culpable de esto, lo juro. Por él encontrarás todo en mí…, excepto entusiasmo. No me gustan los excesos ni las privaciones.

Cuando cumplí los catorce, algo me dio y me puse a escribir sin tregua. Descubrí bien pronto que las palabras me salían febriles, como la carta de amor de un preso. No es que no quiera, es que no quiero querer alejarme de la maligna influencia de Joaquín. A los quince años cambiaron mis intereses de súbito. Los doctores dicen que fue cuando maduré. El lino blanco y mudo de la almohada ya no me aguardaba con sueños cándidos, sino con pesadillas donde salía tu lengua. Tenía la esperanza de que con la maduración desapareciera mi afición por la literatura; desgraciadamente, no fue así. La afición se intensificó y también lo hizo la necesidad de ensamblar oraciones. Culpo a Sabina también de esto.

Cuando la gente pregunta, respondo engreído que no, que yo no he llorado. La verdad es que sí, las lágrimas luego brotan sin remedio. Sólo que a mí, a diferencia de a muchos, las lágrimas me saben a mermelada de ternura. Por eso me encanta derramarlas. Ha habido veces en las que, mientras en la pizarra pasa lista el profe de latín, lágrimas de desamor ruedan por la página de mi bloc, sin mojarlo.

He pisado más de una mierda, lo confieso. Los diarios siguen sin hablar de mí… o de ti. Confieso, además, que miento cuando se trata de historias de dos y que soy mi más íntimo enemigo. Me declaro culpable de estas y otras faltas, pero agrego que detrás se cierne un Sabina truhán, con parche en el ojo y pata de palo. A mí me basta un colchón para estar contigo; tengo a tu corazón de estufa. Yo puedo ser tu estación y tu tren, tu dios, tu asesino. Soy adicto a los desfiles de ropa interior y a las cajitas de cenizas que el placer deja tras de sí. Hago músculos de cinco a seis, para vivir cien años, porque la vida es negra y a mí siempre me ha fascinado ese color. Yo, como buen devoto de San Antonio, voy pidiendo besos. Siempre me los dan. Nunca, sin embargo, me los da quien quiero que me los dé. Muchas veces doy más de lo que tengo; algunas veces me dan más de lo que doy. Tengo proyectos que se marchitaron y más de un crimen perfecto que no cometí. Pero nada de eso me abate pues, como fiel de Sabina, sé que del desconsuelo mana la buena prosa.

Así soy yo, lo siento. En verdad me avergüenza. Sólo quiero que sepas que fui víctima de Joaquín. Mi alma de tahúr siempre pone las cosas a doble o nada; siempre se ve atraída por los labios del pecado, que tras humedecerlos la aburren. Suelo desesperarme rápidamente. En ocasiones me planto frente a la ventana, dispuesto a lanzarme de una buena vez. Pero, como todo caballero, yo no salto al vacío desde un primer piso. Si no me he cortado las venas ha sido por motivos bien mundanos, que van de la libido a tus oscuros ojos color verde marihuana. En mis guerras el quiero le gana al puedo. A mí no me duermen con cuentos de hadas. Soy un pez de ciudad que, como tú, ha perdido las agallas. La salud ni fu ni fa. Siendo honestos, el mundo me causa indiferencia. Suelo ir sin paraguas y a merced del aguacero. Así soy yo, y quisiera disculparme.

Crecí con el humo del cigarro de Sabina dándome en el rostro. Eso justifica mis fobias, mi humor, mis ganas de provocarte, aunque sea arcadas.

Soy todo esto y tal vez más. En medio de crisis, temblores y epidemias. Pero no me quejo. Ya habrá tiempos peores. Perdón por ser así y perdón, también, por escribir algo tan largo: no tuve tiempo de escribir algo más corto.

Me despido con esta boca que es, desde ahora y para siempre, más tuya ya que mía.