"La palabra, una vez escrita, vuela y no torna" - Quinto Horacio Flaco

lunes, 26 de julio de 2010

¡Sshh!

Primer secreto: la noche mexicana

¿Sabías que dos arrugas se forman en tu entrecejo cuando duermes? Ayer lo advertí, mientras tú soñabas y yo desgranaba en silencio las lentas horas del insomnio. Dos arruguitas en medio de tus cejas. Me entraron unas ganas terribles de borrarlas con un beso, pero me dio miedo despertarte. ¿Por qué frunces la cara? ¿Será una preocupación como pinza la que te arruga la piel? ¿Será un pensamiento atorado en tu frente? El resto de la noche me dediqué a contemplar tu rostro, que incluso en la inconciencia parece firme: los ojos que se callan detrás de los párpados, la nariz que consume y produce como la Caribdis de Homero, la boca que no ve, cegada por las tinieblas, el cabello revuelto, las mejillas. Se me ocurrió entonces que los dos éramos irreductibles y vencedores, víctimas y asesinos a la vez. Pensé que la ciudad que se removía afuera nos estaba sitiando y que al amanecer, cuando bajáramos del colchón, nos rendiría. En aquel momento deseé que el sol no sucediera a la luna, para que no tuviésemos que levantarnos, para no despegarme de esa escena como espejismo, para ser siempre vigilante de aquellos secretos que se confiesan en tu cara cuando crecen las sombras, a ti te da por dormir y a mí me da por abrazarte.


Segundo secreto: la dialéctica de un taxista

--¿Ya a descansar?
--¿Perdón?
--¿Ya va a descansar?
--Sí. Por fin.
--¿Y él a chambear?
--Sí.
--Ah, así es la chingada vida.


Tercer secreto: el agua

Las lluvias de estos días me traen a la mente un cuento de Felisberto Hernández: "La casa inundada". ¿No es verdad que el agua, con su color, con sus ruidos, trata siempre de comunicarnos algo? Clic clic clic. Las gotas chocan contra la ventana y parecen murmullos. Clic clic clic. Tartajean una plegaria tristísima. Nunca, sin embargo, acierto a adivinar las palabras detrás de esos gorjeos. No toda el agua es igual. La de los océanos es inquieta y abrasiva. El agua dulce de los estanques y de las fuentes, en cambio, es tímida y delicada: se estremece apenas siente nuestras caricias sobre su lomo. Clic clic clic. La lluvia trata insistentemente de contarme sus secretos. Clic clic clic. Se confiesa y yo no le entiendo. Clic clic clic. Ella persiste, frenética. Clic. Me va a enloquecer.

martes, 13 de julio de 2010

La espuma de una tristeza crepuscular

Dos personas están sentadas a la mesa de una cocina angosta. Afuera, se agota la tarde. Una nube pesada y gris parte en cientos de rayos la última luz del sol. Los rayos se precipitan al suelo tiñendo de rojo los quicios, las banquetas y los postes de la ciudad. Un foco de veinticinco voltios ilumina la cocina. Sobre la estufa, las verduras se cuecen dentro de su olla y emiten un siseo apagado. Las personas no se hablan; sólo se miran y sonríen mientras esperan la noche, la cena, el amor.

martes, 6 de julio de 2010

¿Qué le pedirías a la persona amada?

Pues que no intente acompañarme a las fiestas, pero que se quede en casa para que le cuente los chismes. Que no me interrumpa cuando escribo, que lea los mismos libros que yo, que tenga conocimientos de Medicina, leyes, fontanería, electricidad... En definitiva, que me adore.
Ah, que no me agobie. Y que acepte que soy un inútil.

La ley del deseo, Pedro Almodóvar