"La palabra, una vez escrita, vuela y no torna" - Quinto Horacio Flaco

martes, 29 de diciembre de 2009

jueves, 10 de diciembre de 2009

London's Underground

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martes, 24 de noviembre de 2009

Nueve y diez

Caminaron uno al lado del otro. Sin prisas. Era un día soleado, y apenas había vestigios de la neblina del lunes por las calles de Roma. Santa Maria in Trastevere, más callada que nunca, los vio pasar delante de ella, y luego se perdieron por un callejón sin nombre.

En Villa Farnesina se besaron, porque no sabían qué más hacer. Porque ninguno de los dos encontraba la palabra justa.

Se sentaron allí, en El Vaticano, viendo a la cúpula. Y allí, ante la cúpula, se tomaron una foto. Para recordarse, para no perderse. Para ser siempre, siempre, dos extraños en un país extraño.

Continuaron, uno al lado del otro, hasta Parco Borghese. Se detuvieron en medio del parque, entre gente que corría, entre parejas que se fundían, entre hierba, troncos, suspiros. Se besaron. Porque no sabían qué más hacer. Y al beso le siguió un abrazo y al abrazo otro beso. Porque no sabían qué más hacer.

Visitaron Villa Giulia, caminando juntos y en silencio. Después tomaron un autobús.

En el restaurante de comida mexicana él le habló de la vida. A ella se le nubló la mirada; estaba a punto de llorar. Él prosiguió, y pensó por un momento que no sería capaz de contener las lágrimas.

Ella compró un helado. Él no quiso probar.

Ya había anochecido, y en vez de sol había una luna pequeña, y bajo la luna un Colosseo que estaba más callado que nunca.

Se besaron. Fueron de Stazione Termini a Piazza Repubblica, y se besaron. Estudiaron la fuente sin decirse nada. Y cuando llegó la hora de despedirse, sólo atinaron a agradecerse, a jurarse cosas, a mentirse. Prometieron verse pronto.

Muy pronto.

En sólo cuatro meses.

No sabían qué más hacer.

Cuando llegó la hora de partir, se volvieron a besar. Pero esta vez era el último beso; de modo que sus labios permanecieron unidos más tiempo de lo normal. Más tiempo del conveniente.

Y se despegaron, y de inmediato dieron la media vuelta. Ella se dirigió al tren; él, a Piazza Cinquecento. Ninguno quería volver la vista atrás... Pero ninguno aguantó la tentación. Ambos se voltearon y se observaron de lejos. Alzaron la mano, la ondearon. Finalmente aquél era el adiós. Habían lanzado el primer "ciao" algunos meses atrás. Y éste era el adiós.

Ella se subió a un tren que estaba por partir y él a un autobús que lo llevaría de regreso a una existencia que ya no podía ser suya.

Llevaba una libreta en blanco en la mano izquierda.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Patatrac

Ayer, en Orvieto, vi a una señora que paseaba a un pato. El pato iba atado a una correa y caminaba nervioso al lado de la mujer. A veces la rebasaba, a veces se detenía y obligaba a la señora a esperarlo. Graznó cuando pasé junto a él y mis zapatos se hundieron en la hoja seca. Hubo un crac crac, tanto del pato como de la broza.
Crac.
Crac.
Me dolió la cabeza el resto de la tarde.

lunes, 26 de octubre de 2009

Barnum


"Socrates was a Greek philosopher who went around giving people good advice.
They poisoned him."
-Anonymous (?)

viernes, 2 de octubre de 2009

Creo

Creo en el orden del caos. Pero creo que es un orden que se escapa de nuestro control.

Creo en el poder rejuvencedor de los rompecabezas.

Creo en el dadaísmo.

Creo que los alienígenas que hoy vemos son los japoneses del futuro.

Creo en la veracidad de la pintura impresionista.

Creo en Luis Miguel y en Fernández.

Creo que no deberían existir los trenes nocturnos.

Creo que tengo un pasado musulmán.

Creo que estoy enamorado.

Creo que las cosas irán muy bien, por eso de que el caos tiene un orden.

Creo que preguntando se llega a Roma.

Creo, en definitiva, en dios.

martes, 15 de septiembre de 2009

domingo, 23 de agosto de 2009

De profundis

Primer acto. Balcón. Tercer piso. Diez de la noche. Un hombre se abraza a una mujer y la mujer, angustiosa, le devuelve el apretón. Se aferran con más fuerza de la necesaria, como si tuvieran miedo de perderse. Él mira al cielo; hay pocas estrellas. Ella cierra los ojos.

Él: No me conozco. No soy yo el que está aquí, haciendo esto.
Ella: Quizás aquí estás descubriéndote. Podrías correr desnudo y nadie se enteraría. Quizás aquí, ahora, conmigo, en Florencia, por fin estás aprendiendo quién eres.
Él: No sé. A lo mejor tienes razón. A lo mejor un día de estos corro desnudo por Santa Croce.

Segundo acto. Interior de una habitación en penumbras. Una de la mañana. No se escucha más que el zumbido del ventilador eléctrico y la respiración tenue, muy tenue, del hombre y de la mujer.

Ella: No sé qué puedo ofrecerte.
Él: Yo tampoco... Alojamiento, ya tengo. Comida, no es problema...
Ella: Ah, pues una visa.
Él: Ah, pues una visa.
Ella: Cásate conmigo y obtienes la visa alemana, es de las mejores. Nunca tienes problemas para viajar.
Él: Y ya con la visa me puedo quedar aquí.
Ella: Y vamos a tu país unas cuantas veces al año. Y nos mudamos a Munich, o París. Me están ofreciendo trabajo en París... O España.
Él: De acuerdo. Acepto todo.
Ella: De acuerdo.
Dejan de hablar unos segundos. El zumbido del ventilador. Las respiraciones. Rompen a reír y luego se abrazan. Es hora de dormir.
Él: Tengo hambre.
Ella: ¿Tienes hambre? ¿En serio?
Él: Sí, en serio.
Ella: Pues vamos, vamos a la cocina.
Él: Está muy lejos...
Ella: Vamos. Ahí está la pizza que no quisiste cenar. Vamos... Vamos.

Tercer acto. Estudio. Siete de la mañana.

Ella: Perdón, perdón. Estoy lista en unos minutos.
Él: No importa. ¿Puedo ver tus libros?
Ella: Sí, sí...
Y se marcha. Él selecciona, de entre muchos títulos en alemán, uno en inglés. Es de Oscar Wilde. Lo hojea y le brinca de inmediato un título: De profundis. Piensa en pedirlo prestado, pero luego recapacita y decide que no. Que él nada quiere saber de prisiones.

sábado, 8 de agosto de 2009

La noche soleada

Primer acto. Firenze, Italia. Dos de la madrugada. Es de noche, pero el Palazzo Vecchio y la Loggia dei Lanzi están iluminados. La Piazza della Signoria está desierta, apenas sopla un viento fresco, que contrasta con el calor engorroso de la tarde. Dos personas caminan hasta el aparcamiento de bicicletas. Una mujer alta, de falda y camisa azules. Un joven indeciso, de mezclilla y camisa verde a cuadros. Sus pisadas levantan un eco que el silencio enseguida engulle.

Ella: Mi casa no queda lejos. Diez, quince minutos.
Él: ¿Vas a poder manejar?
Ella: Sí, soy fuerte. Siéntate aquí. No, mejor de lado. Así está bien. ¿No vas incomódo?
Él: Sí, voy incómodo, pero lo puedo soportar por diez, quince minutos.
Ella: Entonces vamos.
Él: ¿Segura que puedes con los dos?
Ella: Sí, se siente raro, pero sí puedo. Dime si te cansas y quieres que me detenga.
Él: Yo te aviso.
Ella: Creo que tienes tu mano sobre los cables del freno.
Él: Sí, es verdad, perdón.
Ella: Ya, está mejor. Por cierto, qué bueno es andar de noche, no hay nada de tráfico.
Él: Lo sé. Me gustaría que en México fuera así, que pudiera agarrar mi bicicleta y llegar a cualquier lado en unos minutos.
Ella: Pega tu cara a la mía. Se siente muy bien.

Segundo acto. Interior de un elevador pequeñísimo.

Él: ¿Qué me ves?
Ella: Nada, me gusta mirar. Me encanta tu sonrisa.
Él: Gracias, Bach. ¿Bach como el músico?
Ella: Sí, como el músico, pero no es la misma familia. Mañana, por cierto, voy ir a ver a mis padres, a Munich.
Él: Me gusta Munich.
Ella: Pues acompáñame.
Él: No puedo, voy a Assisi. ¿Por qué me sigues viendo?
Ella: Porque me encanta tu sonrisa.

Tercer acto. Interior de un baño, en la regadera.

Él: No planeaba terminar aquí, así.
Ella: Lo sé. Las cosas pasan.
Él: Es la segunda vez que me baño con una mujer.
Ella: Es algo muy agradable, ¿no? Algo muy íntimo, como de novios.

Cuarto acto. Cocina.

Ella: ¿Agua?
Él: Un poco.
Ella: ¿Así?
Él: Así está bien.
No le agrada el agua con gas, pero no dice nada, sólo bebe despacio. En una silla está colgada una toalla y un bikini: la toalla y el bikini que ella usó ayer para ir a la piscina. Se le encrespa la piel, y ella, como leyendo sus pensamientos, lo abraza desde la espalda.
Él: ¿Qué hora es?
Ella: Casi las cuatro.
Él: Vámonos. Es muy tarde.

Quinto acto. Calle desconocida. Una bicicleta solitaria rueda por el pavimento. En el fondo se vislumbra la cúpula de la catedral. Más arriba, se yergue la luna.

Él: Luna llena.
Ella: Sí, es cierto. ¿Vas a comenzar a transformarte?
Él: Sí.
Pero piensa que no, que él ya se ha transformado.

Sexto acto. Vagón de tren. Doce del día. Él lee un libro sin prestarle demasiada atención. En su mente sólo está ella. Hojea las páginas hasta que se agotan; entonces cierra el libro y lo coloca en el asiento de al lado. No le gustó el final.

Él: Odio a este autor. No comprendo su éxito. Todo lo que dice es mentira, ni el sexo es el punto culminante del amor ni el amor está compuesto de pequeños dolores. Todo es mentira.
El tren se ha detenido. Él desciende sin volver la vista atrás, dejando olvidada la novela y esperando de todo corazón que nadie la encuentre. Que se pierda pronto, que su historia no vuelva a ser exhumada.
Él: Todo es mentira. Por fortuna, todo es mentira.
Y, como contradiciéndose, sigue pensando en ella, en cuándo la volverá a ver.

lunes, 3 de agosto de 2009

Mijares

No extraño ni la casa, ni la comida, ni los baños que se limpian solos, ni los videojuegos, ni al perro que me recibe con la cola inquieta. No echo de menos el silencio de mi cuarto, ni el agradable ruido que es el español. No me da nostalgia cada vez que pienso en el tráfico o en la angustia del tráfico, en el mixiote de huachinango o en los malos amigos. De México sólo anhelo una cosa: sus librerías.

En Budapest me encontré con un estante a rebosar de ejemplares en español. Había muchos Gabriel García Márquez, muchos Isabel Allende, uno que otro clásico, alguna traducción de un thriller gringo y, hasta la derecha, un compendio de discursos pronunciados por Orhan Pamuk. Me llevé el de Orhan Pamuk sin pensármelo dos veces. El primer dicurso ("La Maleta de mi Padre") lo soltó al ganar el Premio Nobel. Es, desde luego, un texto interesante, y bastante emotivo, en especial para un escritor. No hay nada más excitante que la hoja en blanco y la musa que se remueve demasiado a ras del suelo. No hay nada más excitante que buscar entre las calles, entre los peatones, la palabra justa. La palabra que contenga al objeto. "El nombre es arquetipo de la cosa/ en las letras de 'rosa' está la rosa/ y todo el Nilo en la palabra Nilo", dice Borges en un poema. El Gólem, que tan buenos recuerdos me trae.

Los discursos de Orhan Pamuk, sin embargo, me duraron bien poco. Y entonces... entonces pasó lo indecible. Lo que me he jurado decir para no repetir jamás... Legué desesperado al departamento de Florencia. Llegué cansado de buscar y no encontrar algo que leer. Me senté en la sala y, como por ensalmo, me brincó un título. Lo vi en un entrepaño cualquiera, entre revistas y libros en inglés y más libros en alemán: Once minutos, de Paolo Coelho.

Consideré su presencia en el departamento un guiño cómplice del destino. Además, se trata de una puta. Y eso -las putas- me ha fascinado siempre.

Odió a Coelho. Su estilo de narrar las cosas es desatinado: no describe cuando debe describir, no incluye un diálogo cuando hace falta. Sus personajes pecan de ficticios. Se nota en cada página, en cada letra, en cada personaje, la voz narradora. Y eso, en una novela, es casi un crimen. A su poca destreza para las caracterizaciones (tanto de ambientes físicos como de personas) se le suma una trama muy poco original y hasta aburrida. En su intento de crear una novela psicológica, Coelho incluye reflexiones que carecen de profundidad. Son meras perogrulladas. "El sexo es el punto culminante del amor". No parece una idea brillante. No parece la mejor base para una novela psicológica. Sus ideas enteras se resumen a un puñado de cursilerías y escenas morbosas. Que a lo mejor ayudan a las amas de casa, o a los taxistas.´

Ah, las cosas que hay que ver y leer en el siglo XXI.

Y lo peor de todo es que sigo extrañando, pues la novela de Coelho no aplacó ninguna pasión. Para colmo, no puedo estar presente en el Bocafest de Veracruz. No me duele estar ausente en la premiación de mi libro, no me duele que sólo asista y hable a través de una webcam. No me duelen todos esos mariscos que el Ayuntamiento está pagando a mi padres y que yo debería estar comiendo con ellos. Nada de eso me duele. Lo que en verdad me hiere el corazón y se clava en mi alma, arracándome sollozos día y noche, es no poder escuchar a Mijares.

Ah, puno rakeia, brsso!

jueves, 23 de julio de 2009

Mierda

Boca del Río, Ver., 18 de julio de 2009.- El pasado lunes 13 de julio en la Ciudad de México se reunieron en la Casa Refugio Citlaltépetl los comités de jurados de los Premios Nacionales de Cuento Juan Vicente Melo y de Novela, Luis Arturo Ramos, para dictaminar el fallo y dar a conocer a los ganadores.
Se contó con jurados de gran nivel, tanto para cuento como para novela. La selección de ganadores se llevó a cabo con toda transparencia, bajo la presencia del Notario Público 121 del Distrito Federal, licenciado Amando Mastachi Aguario.
El ganador del Premio Nacional de Cuento Juan Vicente Melo 2009 resultó ser Carlos Daniel Robles Grajales, originario de Veracruz, con el libro de cuentos titulado “Sexo sin pudor y algunas lágrimas”. El jurado lo conformó el editor Marcial Fernández, el crítico literario Vicente Francisco Torres y el escritor Agustín Monsreal.
El ganador del Premio Nacional de Novela Luis Arturo Ramos 2009 resultó ser José Manuel Cuéllar originario de la Ciudad de México, con la obra titulada “El caso de Armando Huerta”. El jurado se conformó por el editor José María Espinasa, el crítico literario Ignacio Trejo Fuentes y el escritor Eusebio Ruvalcaba.
En ambos casos los jurados seleccionaron la obra bajo seudónimo y solamente ante la presencia del Notario se reveló la identidad de los ganadores.
Durante la entrega se tendrá la participación musical de la poeta y cantante Carmen Leñero quien presenta material de su más reciente disco “La Perspectiva del gato”, en lo que promete ser una jornada memorable.

elcalorpolítico.com

Team Mexico 2009

http://annefrank_spaans.bitmove.tv/bitmove/cgi/receive_anne_sp.jsp?uid=D5E9456E6B129AEDE3B3CF201918D2D0&format=wmv

¡¡Te extrañamos, Viridiana!!

domingo, 12 de julio de 2009

10 cosas que tienes que hacer antes de morir

1. Escribir un libro.

2. El amor.

3. El amor en París.

4. Gritar "¡carnal!" en la Plaza de San Pedro, Torre Eiffel y/o Palacio de Buckingham.

5. Subir al Slingshot de Viena con Viri al lado.

6. Subir a pie el chateau de Ljubljana.

7. Ir a las playas topless de Niza... ¡y admirar a las ancianas!

8. ¡Besar a la cajera de un super en Praga! ¡Sin siquiera haberle entendido!

9. Sudar en Mónaco.

10. Ah, y claro, comer una suprema de pollo en Sanborns pensando en el mal de amores.

sábado, 6 de junio de 2009

Rules of Thumb

"Make things up. Everyone thinks his or her life story is interesting. Trust me, it isn't."

"Accept the fact that writing is a lonely business.”

"When in doubt, leave it out."

"Adjectives dilute a sentence the way water dilutes whiskey. Keep them to a minimum for stronger punch."

"If you're having trouble writing the ending, chances are you've already written it."

"Never tell your friends you have sent a manuscript to a publisher. They will pester you for news.”

"Writing is like sex, you'll be better at it if do it in private and don't talk about it afterward."

"A complicated, tortured character is more interesting than the character who is at peace with himself and the world."

"To make your hero big, give him a big villain."

"The shorter the piece, the longer it takes to write it."

"Never make your best friend your main character, even if it's the hero."

"Never tell another writer your ideas. They will either get shot down or stolen."

"If you start with a bang, don't end with a whimper. The first chapter sells your book, the last chapter sells your next book."


Source: www.barbarawood.com/blog

miércoles, 3 de junio de 2009

Modelos de comunicación

¡Ah! Ha sido un día de conversaciones agitadas.

Conversación # 1 - Sentimientos involucrados

X.- ¿Crees que me pueda enamorar de ti?
Yo.- Sí.
X.- ¿Crees que te puedas enamorar de mí?
Yo.- No. No sé. Bromeo.
X.- Jajaja. Ay, mira. Me late que en el fondo si tienes un corazoncito.
Yo.- Jajaja.
X.- ¿De quién estás enamorado?
Yo.- No estoy enamorado.
X.- Mmm. ¿De quién?
Yo.- Qué te importa.
X.- Pero lo estás. Jajaja. Te sonrojaste. Si tú no crees en esas cosas. ¿Cómo sabes que estás enamorado?
Yo.- La carne de gallina me pone en el corazón. Pero equis.
X.- Uy. Eres el hombre más complicado que conozco. Nada te gusta, con nada estás feliz.
Yo.- Ahorita estoy feliz.
X.- Jajaja. Eres un mamón. Te odio. ¿Te digo algo? Al principio te quería en serio. Pinche promiscuo. Contigo ya no se sabe, pura broma. Lo bueno es que entre nosotros no hay sentimientos involucrados, ¿verdad?
Yo.- No. No hay sentimientos involucrados.

Conversación # 2 - Que sea lo que quiera dios que sea

X.- ¿Desea pasta negra, azul o guinda?
Yo.- Negra.
X.- No tenemos negra ya.
Yo.- Entonces guinda.
X.- ¿Por los dos lados?
Yo.- Acetato por enfrente.
X.- Ah no, ya no tenemos guinda.
Yo.- Ok. Azul.
X.- ¿Por los dos lados?
Yo.- Acetato por enfrente.
X.- Tenemos los engargolados en promoción.
Yo.- Empastado. Azul. Acetato por enfrente.

Conversación # 3 - Insurgentes


X.- ¡Chingue a su madre, joven!
Yo.- ¿Eh?


Conversación # 4 - Tomo II

Yo.- Falta el Tomo II.
X.- Ok. Permítame.
[...]
X.- Aquí está.
Yo.- Volvió entregarme un Tomo I. Falta el Tomo II.
X.- Permítame.

Conversación # 5 - Zen

X.- Respira hondo.
Yo.- Ok.


Conversación # 6 - Grrr

X.- Ampgh.
Yo.- Mkplrt.

Conversación # 7 - Café

X.- Voy a tomar un café con una amiga. ¿No vienes? Te vas a desestresar.
Yo.- No.
X.- ¿Por qué no?
Yo.- Porque no te conozco.



P.D.: La foto es para María, que me insultaba con mensajes mientras yo bajaba por esa mina. Me encanta, por cierto, la minería. O cualquier otro trabajo que me permita usar una camisa roja a cuadros y unas botas CAT. (Oh sí, eso incluye a los filósofos).

lunes, 25 de mayo de 2009

Acuse de recibo

Éste es un adiós sin hasta luegos. La preparatoria se me escurre de entre las manos y no puedo más que sonreír. Hoy, sentado en una banca, en tediosa espera, me dio por evocar. Recordé, primero, a los profesores y a los amigos y a los sinsabores del cuarto año. Se me vino a la mente Kunz, con sus charlas homicidas y sus tembleques. De ahí pasé rápidamente al quinto año. De esos meses sólo me quedó un odio por la Química y la amarga experiencia de la despersonalización (cuyos accesos, gracias a dios, no se han repetido). Finalmente, el sexto año... Cuánto cambié, cuánto crecí. Ha sido un año enriquecedor. Turbulento. Cometí no sé qué crímenes, pensé no sé qué atrocidades. Me atreví a mucho, sonreí mucho. Dejé (como diría Hesse) que afloraran mis complejidades, mi personalidad polipartita. Dejé de ser y de verme como un ente unitario para convertirme en un zoológico de bestias desenjauladas. Fui del racionalismo al barroco, de la más letal melancolía a la hilaridad más pueril. Yo mismo me sorprendí en más de una ocasión.
Hoy, en esa banca, agradeciendo esa espera, agradeciendo esa excusa para pensar, me pregunté qué papel ha jugado la UP en mi desarrollo. Después de tres años, ¿qué pasó? ¿Con qué me quedo? ¿Qué aprendí? ¿Qué olvidé?
Los dioses quisieron que en ese instante tuviera un bolígrafo y un ticket cerca. En el reverso del ticket escribí lo siguiente:

Me cansé de los labios ardiendo
en las tardes heladas,
del negror de la casa,
el olor del café.
De gloriosas batallas
que pierdo ganando,
del adiós exaltado,
el dolor de un "después".

Me libré de los malos amigos,
las risas torcidas,
el milagro barato
de tu comprensión.
Las ganas macabras de echar por la borda
palabras hirientes para un corazón.
Sublimé las pasiones carnales,
los pecados veniales,
las charlas de amor.
Los juegos de amantes
que sueñan que besan,
que besan y mueren,
que mueren de amor.

Me entregué a tareas de pirata,
verdades que matan,
modales de ujier.
Mentiras piadosas
que velan mi cara,
que la hinchan de rabia,
que nadie me cree.

Me cansé de los labios ardiendo
en las tardes heladas,
el negror de la cama,
el olor de una "también".
De gloriosas batallas
que gano engañando,
el deseo y el hartazgo,
tu piel en mi piel.

Me cansé de los labios ardiendo
en las tardes heladas,
el negror de la nada,
el sabor de un "por qué".
De gloriosas batallas
que gano sin ganas,
las grises mañanas,
mi estancia en la UP.
He aquí mi acuse de recibo, querida UP. De tres largos años no consigo sacar más que una decena de versos defectuosos, sin ritmo. El ticket, por cierto, era de alimento para perros. Así de atinados son los guiños de la realidad.
Esperando en esa banca, suspirando en esa banca, supe que esta es una huida. Un "no más". Un adiós sin hasta luegos.
Incluyo foto pa' que luego María no se queje. La sonrisa no es falsa, es genuina. Interprétenla.

sábado, 23 de mayo de 2009

Seda, Alessandro Baricco


Comencé su lectura atestado de prejuicios: no suelo leer aquello que ocupa el primer lugar en el estante de la librería pues por experiencia sé que esos son los libros que más carecen de arte. Tanta recomendación, sin embargo, me convenció de adquirirlo.
Me gustó.
Reconozco cabizbajo que me gustó.
Los motivos: prosa evocadora, narración preciosista, fondo melancólico y uso excesivo de la aliteración.
Me da la impresión que el autor cuidó cada letra, cada palabra, cada párrafo. Ninguna coma parece ir de más. Ninguna conjunción le sobra a este libro. Es una gran pieza.
¡Qué modo tan atinado, tan preciso, tan conmovedor de escribir!
No merece, en definitiva, un lugar en el primer estante. Exijo que lo lleven al fondo de la librería, al lado de Shakespeare, Balzac y Celá.

domingo, 10 de mayo de 2009

Sabina tiene la culpa

Sabina tiene la culpa de que ya no quiera amores civilizados, de que ande por la ciudad buscando encuentros que me iluminen el día, de preferir las medias horas de amor apresurado al ruido de gemidos. Él, en la infancia, me enseñó a pobretear a Gulliver, por ser un gigante entre enanos envidiosos. Pronto descubrí en sus versos que a los niños les da por perseguir el mar dentro de un vaso de ginebra. Y Sabina, irónico ante mi desencanto, sólo me aconsejó negar el asiento a las señoras. A él lo culpo de ser lo que soy. Él me tendió el milagro del abecedario y la llave de la ciudad prohibida. Él disparó la bala perdida que viene por mí. Por él me emociona la idea de un joven marqués de Sade sodomizando a una monja del Sagrado Corazón. Por él prefiero la maja desnuda y a la ciudad cuando se pinta los labios de neón. La noche que yo amo crece entre los despojos que ilumina Joaquín en cada canción suya.

Mientras crecía, Sabina me dijo muy quedo, al oído, que al mar los diques le sientan fatal. Que los espejos son unos cabrones. El flaco un buen día me dijo que pisara el acelerador, y desde entonces no conozco los frenos. No tengo costumbre de guardar la ropa si voy a nadar, me he vuelto un perdedor asiduo de tantas batallas que gana el olvido. Cuando alguien quiere conocerme, le pido que oiga a Sabina. Él posee las claves. Sus versos se han vuelto mis verdades, hasta el punto en que vivo a través de su poesía.

Él es el culpable de esto, lo juro. Por él encontrarás todo en mí…, excepto entusiasmo. No me gustan los excesos ni las privaciones.

Cuando cumplí los catorce, algo me dio y me puse a escribir sin tregua. Descubrí bien pronto que las palabras me salían febriles, como la carta de amor de un preso. No es que no quiera, es que no quiero querer alejarme de la maligna influencia de Joaquín. A los quince años cambiaron mis intereses de súbito. Los doctores dicen que fue cuando maduré. El lino blanco y mudo de la almohada ya no me aguardaba con sueños cándidos, sino con pesadillas donde salía tu lengua. Tenía la esperanza de que con la maduración desapareciera mi afición por la literatura; desgraciadamente, no fue así. La afición se intensificó y también lo hizo la necesidad de ensamblar oraciones. Culpo a Sabina también de esto.

Cuando la gente pregunta, respondo engreído que no, que yo no he llorado. La verdad es que sí, las lágrimas luego brotan sin remedio. Sólo que a mí, a diferencia de a muchos, las lágrimas me saben a mermelada de ternura. Por eso me encanta derramarlas. Ha habido veces en las que, mientras en la pizarra pasa lista el profe de latín, lágrimas de desamor ruedan por la página de mi bloc, sin mojarlo.

He pisado más de una mierda, lo confieso. Los diarios siguen sin hablar de mí… o de ti. Confieso, además, que miento cuando se trata de historias de dos y que soy mi más íntimo enemigo. Me declaro culpable de estas y otras faltas, pero agrego que detrás se cierne un Sabina truhán, con parche en el ojo y pata de palo. A mí me basta un colchón para estar contigo; tengo a tu corazón de estufa. Yo puedo ser tu estación y tu tren, tu dios, tu asesino. Soy adicto a los desfiles de ropa interior y a las cajitas de cenizas que el placer deja tras de sí. Hago músculos de cinco a seis, para vivir cien años, porque la vida es negra y a mí siempre me ha fascinado ese color. Yo, como buen devoto de San Antonio, voy pidiendo besos. Siempre me los dan. Nunca, sin embargo, me los da quien quiero que me los dé. Muchas veces doy más de lo que tengo; algunas veces me dan más de lo que doy. Tengo proyectos que se marchitaron y más de un crimen perfecto que no cometí. Pero nada de eso me abate pues, como fiel de Sabina, sé que del desconsuelo mana la buena prosa.

Así soy yo, lo siento. En verdad me avergüenza. Sólo quiero que sepas que fui víctima de Joaquín. Mi alma de tahúr siempre pone las cosas a doble o nada; siempre se ve atraída por los labios del pecado, que tras humedecerlos la aburren. Suelo desesperarme rápidamente. En ocasiones me planto frente a la ventana, dispuesto a lanzarme de una buena vez. Pero, como todo caballero, yo no salto al vacío desde un primer piso. Si no me he cortado las venas ha sido por motivos bien mundanos, que van de la libido a tus oscuros ojos color verde marihuana. En mis guerras el quiero le gana al puedo. A mí no me duermen con cuentos de hadas. Soy un pez de ciudad que, como tú, ha perdido las agallas. La salud ni fu ni fa. Siendo honestos, el mundo me causa indiferencia. Suelo ir sin paraguas y a merced del aguacero. Así soy yo, y quisiera disculparme.

Crecí con el humo del cigarro de Sabina dándome en el rostro. Eso justifica mis fobias, mi humor, mis ganas de provocarte, aunque sea arcadas.

Soy todo esto y tal vez más. En medio de crisis, temblores y epidemias. Pero no me quejo. Ya habrá tiempos peores. Perdón por ser así y perdón, también, por escribir algo tan largo: no tuve tiempo de escribir algo más corto.

Me despido con esta boca que es, desde ahora y para siempre, más tuya ya que mía.

domingo, 12 de abril de 2009

Manual de urbanidad para el ciudadano barroco del siglo XXI

Si comportarse adecuadamente resulta difícil en cualquier parte del mundo, hacerlo en México es una hazaña imposible. Sin herramientas como el doble sentido, el humor negro, el albur o el verbo chingar, el mexicano sería incapaz de entablar relaciones y abrirse brecha por la vida. Aquí, donde lo que es acaba no siendo y donde se dice (y hasta se hace) una cosa por otra, es de suma importancia tener vasto conocimiento de los formulismos sociales. No sé por qué a nosotros, los mexicanos, nos tachan de incultos, si usamos de un modo inmejorable la metáfora, la aliteración y un sinnúmero más de figuras retóricas. La literatura corre por nuestras venas: el problema es que no la escribimos; la volcamos en la rutina.

A lo largo de 18 años de concienzuda observación y refinada hipocresía, algunas verdades se han desenmarañado delante de mí. A continuación enlisto los descubrimientos que, considero, les serán de utilidad a un par o tres de personas, y que servirán a más de uno para solucionar aquello que les escoce las entrañas. O las neuronas, más bien; porque ya nuestras entrañas tienen bastante con las amibas.

1. ¿Cómo decir "cállate, no soporto tu charla" sin pronunciar palabra y sin recurrir a los golpes?
R: Sonríe, sonríe y no dejes de sonreír hasta que el interlocutor advierta tu desinterés.

2. ¿Cómo decir "te conozco, te reconozco; sé tu nombre pero tu persona entera me tiene sin cuidado"?
R: Prueba diciendo "hola, ¿cómo estás?". O sólo alza las cejas un instante y continúa caminando.

3. ¿Cómo decir "me caes muy bien, lo digo en serio"?
R: Suelta un insulto. Entre más hiriente, mayor es el afecto que deseas expresar. A menos que el insulto involucre a alguna madre: si es el caso, entonces el odio es genuino.

4. ¿Cómo decir "me gusta leer" sin parecer un tipo raro?
R: Di "lo mío no son los deportes".

5. ¿Cómo decir "me caes muy mal, debo rechazar tu invitación y alejarme los más pronto posible de aquí"?
R: Di "tengo cita con el dentista esta tarde". O algún otro pretexto, como irse a inscribir a algún lado, también sirve: la gente lo cree.

6. ¿Cómo decir "me has sacado de quicio; estoy enojado, estoy harto"?
R: Ve a la persona a los ojos y asegúrale que no te pasa nada. Que se trata del clima o que es una figuración suya... Aquel gesto de ira es inconfundible.

7. ¿Cómo decir "tu comida apesta, no la quiero ingerir"?
R: Di "ah, ¿tiene chile? ¿Crees que me haga daño si tengo gastrisis". O trata con: "ah, creo que acabo de encontrar un pelo". El "ah" inicial es muy importante.

8. ¿Cómo decir "¿quieres tener una aventura conmigo?"?
R: Di "¿quieres ver una película conmigo?".

9. ¿Cómo decir "sé que te gusto pero tú no me interesas en lo absoluto"?
R: Aquí no sé. Yo bloquearía al contacto en cuestión del messenger.

10. ¿Cómo decir "no quiero estar aquí"?
R: Di "¿a qué hora acabaremos?", ó "¿a qué hora crees que pueda irme?", ó "¿a qué hora crees que puedas llevarme?", ó , según las circunstancias, "mi función es a las 4".

11. ¿Cómo decir "quiero que te vayas"?
R: Cuenta un chiste, pero que sea de los malos. Es decir, no debe contener groserías ni alusiones a los genitales ni pinches negros o pinches chinos. Prueba algún juego de palabras. Es más, si tu talento lo permite, atosiga al interlocutor con tantos juegos de palabras como puedas: entre más lo hagas pensar, mejor. Ejemplo: "¿Qué más?". "¿Quemas?". Seguida la frase de una sonrisa aceitosa.

12. ¿Cómo decir "detente: estás tocando fibras sensibles"?
R: Tuerce la boca, alza el puño y haz que destaque tu dedo central. Ya saben: la señal obscena.

13. ¿Cómo decir "entiendo lo que dices pero fingiré demencia"?
R: Di "no bromees".

14. ¿Cómo decir "estoy desesperado: ¡ayuda!"?
R: Hazlo en estacionamientos públicos y luego ve por las esquinas contando tu devaneo. Si lo haces en un estacionamiento público, procura los rincones apartados y oscuros. Si tu coche no posee vidrios entintados, no sé entonces para qué demonios tienes un coche.

15. ¿Cómo decir "no sé nada de la vida pero me gustaría saber algo"?
R: Escribe una entrada en tu blog en la que te las des de muy experimentado y sabihondo.

16. ¿Cómo decir "me atraes sexualmente; deseo acostarme contigo, aunque sé bien que luego pasaré de ti"?
R: Di "te amo".

17. ¿Cómo decir "soy un chico interesante, deseoso de ti y de muchas otras cosas"?
R: Déjate la barba. Recomiendo el candado, aunque el alcance de su éxito está por comprobarse.

Y no prosigo porque ya saben, el número 18 es de mala suerte. Espero que la información haya sido útil.


P.D.: Ah, este post fue escrito en afán de broma. No quiero que la gente piense que cada vez que sonrío o que digo algo en verdad estoy comunicando otra cosa. Sólo bromeo: yo suelo ser directo, más racional que barroco. Sólo bromeo. Ya algunos saben lo chistosito que llego a ser, en especial en las madrugas. Pero es que qué se espera que haga con el insomnio si mi celular no tiene señal, el mundo duerme, dejé las películas abajo y el único texto que tengo a la mano es mi propia novela.

jueves, 9 de abril de 2009

Expectativas


1. Fui en busca de comida china a Mandarin House y no me gustó: esperaba más.
2. Vi The Reader y no me asombró: esperaba más.
3. Ordené ansioso una pizza y no me la acabé: esperaba más.
4. Llegué a "La Cima" en bicicleta y me contrarió: esperaba más.
5. Leí por primera vez a Ernest Hemingway y me cogió por sorpresa: esperaba más.
6. Qui
Creo que debo aprender la lección y hacer que mis expectativas se adecúen a la realidad. O, de otro modo, tendré que hacer que la realidad satisfaga mis expectativas. Aún no me decido, si es que la decisión está en mis manos.
Y para impedir que una crisis existencial invada mi vida, mañana mismo leeré la segunda encíclica de Benedicto XVI, Spe salvi, que es (como su nombre lo dice) sobre la esperanza. Viene mucho a cuento, por la Semana Santa y por mis inquietudes. Aunque, la verdad, yo no soy cristiano: soy ateísta, o incluso peor: soy antiteísta. Leeré la encíclica con más morbo que devoción: jamás mis ojos han pasado por las letras de un Papa. Así que a ver... La edición de la encíclica viene con el retrato de la Virgen de Guadalupe impreso detrás: siempre he encontrado ese retrato (o más bien impresión, con eso del milagro de Juan Diego) horroroso. La vestimenta de la Virgen es excesivamente rígida, la noto desproporcionada, con un angelito mofletudo que me recuerda a Puebla. Las estrellaas parecen superpuestas en el velo, y las manos se me antojan muy poco naturales. No sé de pintura y estoy lejos de poder formular una crítica seria, pero luego de echarle un vistazo a otras obras, nuestra Virgen morena luce desabrida, desacertada y hasta defectuosa. Nada de volumen, nada de claroscuro, nada de nada. Y lo peor es que el retrato está colgado en cada esquina de cada casa, y ahora hasta figura en el revés de los libros. Aunque, bueno, el que haya sido un milagro lo compensa todo.
En fin, en fin... El punto de esta entrada era decir que albergo tantas expectativas que me estoy convirtiendo en un individuo inconforme. Ya nada me parece. Ya no tolero nada que no embone con lo que yo esperaba de antemano. Y hago caras y bufo y creo que la gente comienza a advertir la incomprensión que siento. ¿Será que soy irritable? ¡Haha! Me da miedo, mucho miedo, admitir que sí.

sábado, 4 de abril de 2009

Exhibicionismo

Juré que reinauguraría el blog cuando la última entrada sumara setenta comentarios; pero lo juré para plantear un imposible y para olvidarme, de una buena vez, de estas palabras tullidas, que resultaron todo menos mensajeras. Me sorprendió, sin embargo, el esfuerzo y el interés de Mauricio, que se dio a la tarea de él solo en una tarde reunir los comentarios necesarios para la reapertura. Lo hizo a su estilo. Y pues... pues yo debo cumplir con mi parte y comenzar de nueva cuenta con las entradas. Pero en esta ocasión no espero ni lectores ni comentarios. Conservaré este blog para llevar registro de no sé qué y poder volver la vista atrás después de no sé cuánto tiempo. Será, además, un modo de dar señales de vida a mi(s) amigo(s) y familiares cuando no esté.
... Aunque creo que la verdadera razón es que soy un exhibicionista incorregible; y así como me he desnudado a la menor provocación, quiero tener un espacio en la Red al que todos tengan acceso. Quiero exhibirme, le interese a quien le interese.
Ah, claro, y a partir de ahora éste será el medio oficial de "Agüita de Limón", cuyas transmisiones extra muros están a unos meses de desatarse. O eso se espera. Con ansias.

viernes, 20 de marzo de 2009

CERRADO POR DERRIBO
(A falta de lectores, comentarios,
razón de ser, interés
y estado anímico del que suscribe)

domingo, 15 de marzo de 2009

Los buenos viejos tiempos

En La misteriosa llama de la reina Loana, Umberto Eco cuenta una anécdota, que no sé si sea ficticia o real, pero que me puso a pensar un par de días. Eco escribe que cuando la gente va a su casa y visita su biblioteca personal de más de diez mil libros, suele preguntar: "¿y los has leído todos?". A lo que él responde: "¿acaso tú guardas las latas de carne vacías? Claro que no he leído estos libros; yo dono los libros que ya leí. Estos diez mil son los que tengo por leer".
Borges, por su parte, aseguró alguna vez que no soportaba ver a los libros impávidos en su librero. Luego de algunos meses los sacaba de su lugar, extraía unas tijeras y comenzaba a cortarlos. Lo que fuera, pero que sufrieran un cambio, que algo les pasara.
Supongo que ambos tienen razón. No hay nada más triste que un libro agonizando en el estante: ya sea un libro que se leyó y al que jamás se regresará, o un libro que nunca ha sido abierto y que por culpa de un título desafortunado (o un lector desdeñoso) jamás será profanado.
Supongo que ambos tienen razón.
A veces me da por pararme delante del librero de mi casa y pasear mi mirada por los lomos. Me encuentro con libros conocidos, viejos cómplices, que me hacen evocar pensamientos ya olvidados, emociones ya perdidas. A veces, sin embargo, me doy de bruces con textos que nunca antes había visto. Libros tímidos que se enciman unos sobre otros, tan ignorados y tan infectados de polvo. Así hallé, por ejemplo, una extraña compilación de cuentos mexicanos, o una edición vetusta de Cambio de piel.
Ayer, repitiendo el acto de sostenerme en pie delante de los anaqueles, encontré, en una esquina inferior, novelas que hacía mucho, muchísimo, no se me venían a la cabeza. Mis ojos repasaron los títulos y, conforme los repasaban, iban desfilando en mi imaginación los castillos, los barcos, los piratas y las brujas que aún deben habitar las páginas de esos libros. Fue un desfile del pasado. Aquellas novelas constituyeron mi infancia. No hubo ni caricaturas ni fútbol en el parque ni gritos destemplados para mí. Estuvo, en cambio, el héroe de La espada de la verdad, con quien sufrí cuando se enamoró de una hechicera y la hechicera se enamoró de él. Pero, según el autor, una hechicera mata a un hombre si lo besa: las hechiceras, en esta saga, son una especie de viudas negras, que sólo se relacionan con los hombres para perpetuar su estirpe; y los hombres mueren, pues en el orgasmo (caray, qué literatura para un niño) la hechicera deja de controlar su poder y lo libera. El varón no aguanta la descarga y cae fulminado. Ah, qué tragedia la de los protagonistas de La espada de la verdad. Sólo hasta el tercer libro se besan, y es entonces cuando el escritor lanza una rebuscada explicación sobre cómo el amor sirvió de antídoto... En fin. También vi en el librero El fuego de la bruja. Estaba, al lado, El pirata Garrapata. Y luego seguían Los cuatro amigos de siempre, Un agujero en la alambrada, Amor: el diario de Daniel, Un montón de nadas, El caballero de la armadura oxidada, Momo, Fray Perico y su borrico, Danko, Las ballenas cautivas, El rey pequeño y gordito, El gran mago Sirasfi, Frankenstein, Estudio en escarlata, Pygmalion, y más allá El Señor de los Anillos, El Hobbit, El Silmarilion, y en seguida los siete volúmenes de Harry Potter. Number the stars, Speak, Un fantasma en la casa (¡ése recuerdo que me encantó!), El lazarillo de Tormes. Ah, claro, The prince and the pauper y Tom Sawyer. Las montañas blancas (un mal librillo de ciencia ficción: mi primera decepción literaria y la razón por la que siento una aversión hacia el género de Asimov), Un capitán de quince años, Viaje a la luna... Más otros que ya no me acuerdo y una docena de esos libritos ingeniosos que te permitían elegir tu camino y saltarte las páginas. (Mi tía, casi cada semana, me regala uno)...
Ayer casi lloro de la nostalgia al enfrentarme con todos esos recuerdos. Y es cuando pienso que Eco y Borges se equivocan: los libros no están allí, muriendo en el librero; los libros están allí, en el librero, capturando mi vida y dándole un sentido. Nunca quiero deshacerme de ellos, porque en ellos está cifrada mi niñez y en ellos se ocultan los motivos de mi personalidad. Les he cogido cariño y forman ya parte entrañable de mí. Con La señora más mala del mundo me reía como loco; ese libro lo leí al menos unas diez veces y creo que determinó mi humor: un humor medio negro y cruel, y hasta imprudente. Con Speak aprendí a ser taciturno. Con El diario de Daniel me dio por desconfiar del amor (por eso ahora lo vivo con reservas). Con El retrato de Dorian Gray, Drácula y los cuentos de Horacio Quiroga adquirí mi gusto por lo grotesco, por las tinieblas, por la muerte... Y así se extiende la lista. Me criaron las letras: eso quiere decir que recibí todo tipo de influencias contradictorias... A ellas las culpo.

sábado, 28 de febrero de 2009

Simbolismo



¿Detectan los simbolismos en cada fotografía?






sábado, 14 de febrero de 2009

Las lupercales

A mí qué con los mártires cristianos. Yo no voy a ir a rendirle honores a San Valentín. Prefiero la usanza antigua: las lupercales. Apuesto que eso de sacrificar animales untado de sangre y desnudo resulta mucho más afrodisíaco que las chocolatinas con forma de corazón.

viernes, 6 de febrero de 2009

Descubrí que estoy enamorado


Me gusta México. No sé por qué, pero me gusta. Me gusta cómo se desafían el Popocatépetl y el Castillo de Chapultepec, me gustan las ruinas que salpican la ciudad entera y con las que te das de bruces en los lugares más inesperados: en un parque, al doblar en una avenida, al interior de un templo... Me agradan las sombras largas que extienden las multitudes, y hasta noto una clave de glamour en el insaciable trajinar de sus moradores. Me gusta su historia y el semblante que adquiere cada amanecer, cuando las nubes negras acechan el cielo y la luna (como una cuña opaca) se cuelga de las alturas. En esas fúnebres horas un velo lavanda recubre cada contorno y cada forma de esta ciudad; al amanecer, si alzas la cabeza, la silueta de una cadena de montañas inunda tus ojos. Ahí se yerguen recortadas contra un fondo opalino, y sus sinuosidades y redondeces se advierten nítidas al amanecer. Y me gusta aquel paisaje. Admiro, además, el estoicismo de mis conciudadanos, su modo tan grácil de no vivir, sino de sufrir la vida. O, lo que es mejor: su modo hábil de imaginarse una vida. Una suerte de magia cautiva explota a dondequiera que voy. Hay magia en las calles, cuando el tráfico y las imprecaciones rasgan mis nervios y una nueva sociedad aquiere forma: una sociedad de coches, con sus modales, su totem y su tabú. Hay magia también en las comidas, cuando las familias se reúnen y los ingredientes se reúnen y las palabras se apeñuscan entre los dientes y uno se mancha de mole con un chasquido metálico y un gesto de profundo desdén.

Me encanta hacerlas de transeúnte por una avenida como Insurgentes. Me siento casual. Siento, de pronto, que mis pasos (y el eco de mis pasos) dotan de voz a las aceras. Las veces que tomo un taxi y veo desde la ventanilla del asiento trasero cómo los edificios y las construcciones se suceden en rapidísima secuencia, mi corazón se sobrecoge. Pues aquellos edificios, o casas, o simples estructuras son como los ojos de México. Y los miro y ellos me miran.

Encuentro fascinante a las personas de aquí. Uno puede salir diario a la misma calle, a la misma hora, y estar seguro de que se topará con muchos rostros nuevos y desconocidos. O uno puede salir diario a pasear y, aun luego de varias décadas, descubrir que no conoce ni un ápice de esta urbe. Siempre hay rincones que antes no había visto y que me asombran, siempre hay algo por visitar, siempre hay un paraje que antes no había pisado. Incluso hallo místico el trato impersonal de los burócratas. Hoy, a la mujer del pasaporte, estuve a punto de preguntarle si no, por mera casualidad, era la misma que había tramitado mi licencia. No advertí ninguna diferencia, ni siquiera anatómica, entre las dos mujeres.

Tal vez me gusta México porque se mueve. Porque es como una novela sin completar, repleta de simbolismos, oxímoros, metáforas y un sinfín de figuras retóricas, personajes y sucesos. Y a mí eso de las metáforas y de la técnica literaria me sienta bien.

Escucho con frecuencia a amigos que se quejan, que hieren a esta ciudad con sus críticas. Que renuncian (o dicen renunciar) a la vida en esta región. Les amago una sonrisa, pero luego de la sonrisa pienso que son unos desalmados. ¿Cómo abandonar a esta ciudad amante? ¿Con qué corazón? ¿Con qué agallas? Si hay conflictos, hay que buscar y ejecutar soluciones. Uno escapa sólo cuando está preso o alienado. Y esta ciudad hace tiempo que perdió las fuerzas para apresar o alienar; esta ciudad ya sólo convalece.

El aire de aquí es distinto. Posee el aroma dulzón y rancio de las épocas mejores y de la nostalgia. Un aroma que se mete a los huesos, se aloja y no se va. Este aire meditabundo es como el alma de México, o su aliento, que te golpea el rostro al atardecer y que a menudo, en días invernizos, suelta su vaho celeste.

Ya ven, para mí la ciudad vive. Nos hemos besado en más de una ocasión, lo juro, y le brindo mis caricias como un esposo dócil. Con frecuencia somos cómplices, o mejores amigos, o compañeros de desgracias y de lloro. A veces, en las bocinas de los automóviles, creo escuchar sus carcajadas. Y no sé si se ríe de mí, de nosotros o de nervios.

Incluso ahora, que estoy por salir y entregarme a la noche capitalina, experimento el indescifrable placer de ser uno más en este crucigrama urbano.

Me gusta México. No se por qué, pero me gusta. Simplemente ahorita sé que estoy enamorado.

Y, como en todo enamorado, se rebullen en mí los celos y las compulsiones.

México me gusta.
Quizá porque México (a diferencia de una ciudad europea, de una ciudad yanqui o de cualquier otro sitio) tiene una característica única: México es mi hogar. Sus brazos me acunaron y en sus brazos quiero desfallecer. Qué más da si muero desilusionado o contento. Eso qué importa. Mi solo temor es que a México le dé por expirar antes. Entonces sí que lo lamentaría. Entonces sí que no soportaría ni el luto ni la viudez.

viernes, 30 de enero de 2009

Actus Mortis

Cortometraje realizado por Juan y yo en una tarde ociosa. (Que conste: en una tarde ociosa y luego de ver Amnesia, con todas las cefaleas y los disgustos emocionales y las náuseas que eso implica). Ecce el video:

http://mx.youtube.com/watch?v=n_FCExC9sPA


P.D.: Sí: nos inspiramos, pese a toda predilección literaria, en Julio Cortázar, el argentino aquél de Bestiario y Rayuela.

P.D.2: No es mi voz. Ah no, no es mi voz.

lunes, 26 de enero de 2009

Los ojos del perro siberiano


Se trata de una novela breve, brevísima. Me agrada porque logra niveles altos de emotividad valiéndose de un lenguaje y un estilo que raya en la simpleza.
El escritor nos relata un episodio triste (y verídico) de su niñez. Él vive solo con sus padres; su hermano mayor se ha marchado, y una nube de misterio rodea los detalles de esta decisión. La verdad que el niño pronto descubre le enseñará a valorar la vida, a expresar su amor y a observar las cosas de otro modo.
El hermano mayor padece sida, y no tardará en morir, acompañado sólo de un viejo perro siberiano.

José Agustín

Luego de leer La Panza del Tepozteco y La Tumba no resulta difícil descubrir los motivos por los que la literatura de la onda jamás prosperó.
He aquí el señor en sus mejores años:

miércoles, 14 de enero de 2009

El amor en los tiempos del cólera

Luego de siete libros y trece cuentos, sigo sin saber cómo García Márquez consigue narrar así. Supongo que es verdad lo que dicen: que todas sus historias son en realidad anécdotas que oyó atento a los viejos de Colombia. De otro modo no me explico cómo en sus textos García Márquez parece tener un dominio absoluto sobre la trama; puede platicarte el final sin siquiera mencionar el comienzo, o puede en cualquier punto del libro desviarse y sus personajes, y sus eventos, y sus descripciones gozan siempre de una coherencia que me desquicia, pues no la logro cifrar.
A lo anterior se le debe agregar el estilo mágico con el que dibuja la realidad latinoamericana; se vale de esa misma magia que ya había notado Alejo Carpentier, pero que (en mi opinión) sólo en las líneas del Gabo adquiere verdadera vida.
El amor en los tiempos del cólera me recordó a Cien años de soledad, a pesar de que a la primera le faltó Macondo. Fermina Daza se me antojó un nuevo retrato, aunque en otra pose y con otro escenario, de Úrsula Iguarán, la matriarca de los Buendía. Esto, sin embargo, no tendría por qué sorprenderme. Al fin y al cabo, tanto Fermina como Úrsula y la esposa del coronel sin cartas resumen con precisión escalofriante el perfil de toda mujer caribeña. Incluso algunos detalles (como el estoicismo maternal, las jaulas a rebosar de pájaros y el misterioso conocimiento que ambas tienen sobre los miembros de su familia) me trajo a la memoria la cara de mi abuela.
Me agradó, pues, más la forma que el fondo de El amor en los tiempos del cólera. La historia hiperbólica entre Fermina y Florentino no me gustó por su originalidad, por su evolución o por su desenlace; me gustó porque resulta un buen pretexto para abrirnos las puertas a un mundo tapizado de curiosidades, de sucesos fantásticos y de cotidianeidad. Y bien sabemos nosotros, los latinoamericanos, que la cotidianeidad por estas tierras significa un perpetuo espectáculo de cultura e ingenio, un derroche de folclore. Nadie vive con más imaginación que nosotros. De eso estoy convencido.
Luego de leer, vi la película. Y me enfrenté a lo que ya había presentido: una historia mutilada. Por evidentes causas, la versión visual suprime las habilidades literarias del Gabo; eso le resta de una sola sentada la mitad de los méritos a El amor... Lo siguiente que advertí fueron las caracterizaciones. O los actores no supieron interpretar bien sus papeles, o la adaptación al cine modificó la personalidad de los protagonistas de la novela. A Tránsito Ariza, por ejemplo, no se le representa como a una mujer astuta, muy lúcida (hasta antes de su vejez) y medio usurera. O el padre de Fermina, a quien se le ve en la película jovial y esbelto; algo que no casa con lo que leí. A la historia de amor, por otra parte, no le estampan el aire irónico, rídiculo y hasta burlón que sí aparece en la novela. Se aniquilan algunas otras figuras, como Leona, que trabajaba en la Compañía Fluvial. Y se alteran varias escenas del libro. (Me molestó que Fermina y Florentino intercambiaran su primera carta a la salida de la iglesia en vez de en el pórtico de su casa; y me molestó aun más que no mostraran cómo cae un caca de paloma en el sobre justo cuando se la está dando; me llamó la atención, también, que cambiaran un poco el capítulo de la serenata). No sé si las críticas sean justas. A lo mejor fui incapaz de apreciar la película pues conocía de antemano los pormenores de su trama; no me causó nada porque no tenía nada nuevo que enseñarme, ya todo lo había leído. Si bien hay que reconocer que los guionistas extrajeron y conservaron del libro las mejores frases. Yo hubiera añadido otra: "uno sabe que está envejeciendo cuando comienza a parecerse a su padre".
Y la música de Shakira, pese a la opinión obcecada de Juan, es buena.