Víctor, Víctor: aléjate del señor Zafón o te dejará un sabor amargo, muy amargo, en la boca.
Leí
La Sombra del Viento hace no sé cuánto. Y me encantó. ¡Qué novela! Se teje el misterio y la aventura con una prosa delicada. Las descripciones de Barcelona (tú las debes tener mucho más frescas que yo) son simplemente evocativas. Y ni qué decir de los personajes. El vagabundo que acompaña al protagonista (¿se llama Fermín?) es de los personajes más vivos que he leído jamás. La idea del Cementerio de los Libros Olvidados entusiasma a cualquier fanático de la lectura.
Tanto me gustó
La Sombra del Viento que adquirí las obras anteriores de Carlos Ruiz Zafón.
Leí
El Príncipe de la Niebla, Las Luces de Septiembre, El Palacio de la Medianoche y
Marina... No supe qué opinar... Son libros tan... diferentes. Tan malos... Los tres primeros bien podrían ubicarse en el estante de literatura juvenil. Pues ya sabes, Víctor, lo que opinan los escritores encanecidos de los jóvenes: que somos unos imberbes a los que hay que atosigar con historias de hechiceros o corretizas.
La obras de Zafón son más o menos así. Plagadas de detalles infantiles, trama absurda. Ilustraciones... Y ni siquiera consiguen ser buenos libros para niños, pues de pronto incluyen episodios macabros, muertes, incendios (¿qué tendrá Zafón con el fuego, que recurre a él en prácticamente todas sus novelas?).
En fin. Odié a Zafón. En
Marina alcanza una madurez que, en algunos capítulos, ya huele a
La Sombra del Viento. (Por cierto, Víctor, me asombró descubrir que
La Sombra del Viento retoma situaciones de todas sus novelas).
En fin. No me gustó Zafón. Pero comprendí que todo escritor necesita desarrollarse, y con
La Sombra del Viento este autor quedaba más que consagrado para mí.
Que sus obras anteriores fueran malas no me importó...
Pero que su siguiente obra fuese incluso peor que las anteriores, no lo perdono.
Hace unos meses se publicó
El Juego del Ángel, continuación no tan directa de
La Sombra del Viento. Ya te imaginarás, Víctor, cuál fue mi reacción: corrí como poseso a la librería. Y de la librería me recluí en la cama, dispuesto a leerlo. Me disgustó, en primer lugar, que su siguiente novela fuese una continuación. Los escritores deben aprender que las obras maestras pierden su valor cuando se les extrapola, y más cuando es de un modo tan evidentemente forzado como en el caso de este español.
Sin embargo, para la lectura de esta novela eché a un lado los prejuicios...
Qué desilusión. Son cerca de 600 páginas de corretizas y de muertes. La trama es parecida, parecidísima, a la de
La Sombra del Viento. Otra vez el personaje misterioso, que aparece y desaparece. Otra vez los recorridos por esa vieja Barcelona. Otra vez los Sempere (jugando un papel mucho menor)... Sólo que, esta vez, el estilo ni es sobrio ni es serio.
Zafón, quién sabe por qué, regresó a la pluma infantil que tanto odio.
A lo mejor
La Sombra del Viento compone un destello en su carrera. Un destello que debió haber dejado en paz.
Pero eso no es lo peor: ya lanzó la amenaza de que habrá otros dos libros. ¡Caray, no sólo
La Sombra del Viento se remueve, aplastada, bajo el peso de su precuela! ¡Ahora tendrá que soportar tres tomos! ¡Caray, tres tomos!