¿Sabías que dos arrugas se forman en tu entrecejo cuando duermes? Ayer lo advertí, mientras tú soñabas y yo desgranaba en silencio las lentas horas del insomnio. Dos arruguitas en medio de tus cejas. Me entraron unas ganas terribles de borrarlas con un beso, pero me dio miedo despertarte. ¿Por qué frunces la cara? ¿Será una preocupación como pinza la que te arruga la piel? ¿Será un pensamiento atorado en tu frente? El resto de la noche me dediqué a contemplar tu rostro, que incluso en la inconciencia parece firme: los ojos que se callan detrás de los párpados, la nariz que consume y produce como la Caribdis de Homero, la boca que no ve, cegada por las tinieblas, el cabello revuelto, las mejillas. Se me ocurrió entonces que los dos éramos irreductibles y vencedores, víctimas y asesinos a la vez. Pensé que la ciudad que se removía afuera nos estaba sitiando y que al amanecer, cuando bajáramos del colchón, nos rendiría. En aquel momento deseé que el sol no sucediera a la luna, para que no tuviésemos que levantarnos, para no despegarme de esa escena como espejismo, para ser siempre vigilante de aquellos secretos que se confiesan en tu cara cuando crecen las sombras, a ti te da por dormir y a mí me da por abrazarte.
Segundo secreto: la dialéctica de un taxista
--¿Ya a descansar?
--¿Perdón?
--¿Ya va a descansar?
--Sí. Por fin.
--¿Y él a chambear?
--Sí.
--Ah, así es la chingada vida.
Tercer secreto: el agua
Las lluvias de estos días me traen a la mente un cuento de Felisberto Hernández: "La casa inundada". ¿No es verdad que el agua, con su color, con sus ruidos, trata siempre de comunicarnos algo? Clic clic clic. Las gotas chocan contra la ventana y parecen murmullos. Clic clic clic. Tartajean una plegaria tristísima. Nunca, sin embargo, acierto a adivinar las palabras detrás de esos gorjeos. No toda el agua es igual. La de los océanos es inquieta y abrasiva. El agua dulce de los estanques y de las fuentes, en cambio, es tímida y delicada: se estremece apenas siente nuestras caricias sobre su lomo. Clic clic clic. La lluvia trata insistentemente de contarme sus secretos. Clic clic clic. Se confiesa y yo no le entiendo. Clic clic clic. Ella persiste, frenética. Clic. Me va a enloquecer.